viernes, 11 de abril de 2014

XIV ESTACIÓN: JESÚS ES SEPULTADO


Él, que había sido vida, se apagó. Fue su fin en este viaje por la Tierra, o eso se pensaba. De este acontecimiento apareció la oscuridad, las tinieblas, la tristeza…
Abatidos, desolados, con pena, así nos quedamos cuando alguien cercano a nosotros muere. Nos preguntamos por qué ha pasado, por qué él/ella y no otra persona. Sentimos que no encontramos respuestas a estas preguntas, sentimos que no hay consuelo para nuestro dolor, nuestro sufrimiento.
La lectura positiva que se puede sacar de la oscuridad en la que a veces nos encontramos es la de poder identificar a las personas que se encuentran en nuestras vidas, quienes comparten tanto las alegrías como las penas, quienes nos acompañan por el camino de la vida, sea cual sea éste, como hizo con Jesús José de Arimatea. Y, por qué no, sentir que Él nos acompaña en cada paso, que nos hace fuerte en nuestros miedos, en nuestras tinieblas, en nuestras debilidades…
Es aquí, en estos momentos, en los que tenemos que recordar que Jesús estuvo dispuesto a ofrecer su vida por nosotros y  nos la ofreció como símbolo de amor extremo, al igual que hicieron nuestros seres queridos. Ellos nos dieron su tiempo, su cariño, nos ofrecieron su sabiduría, en definitiva, un pedacito de su vida.
Así pues, nosotros en vez de llorar su muerte debemos celebrar su vida, del mismo modo que Jesús nos enseñó, es decir, siendo luz para esas personas que se encuentran en las tinieblas, en la oscuridad y piensan que están encerrados en ellas, que no van a poder salir nunca de esta penumbra, que no van a poder ser capaces de encontrar, otra vez, su propia luz.
Que de la muerte brote la vida, tenemos que contagiar la esperanza, las ganas de vivir, la confianza, la paciencia, a las personas que nos rodean en nuestro día a día, pero lo más importante que tenemos que ser es LUZ para iluminar esos caminos de tinieblas y oscuridad.
Que la Vida venza a la muerte.
Ana Martín. Comunidad de Jóvenes "Nuwanda"

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