domingo, 16 de marzo de 2014

II DOMINGO DE CUARESMA


El pasado domingo dejamos a Jesús en el desierto, solo, frente a sí mismo y las tentaciones que proceden del interior de cada uno. Parecía que la Cuaresma nos invitaba a buscar a Dios en la soledad, en el desierto como lugar donde no hay nada superfluo, donde uno se ve enfrentado con uno mismo y nada más…
Y esta semana, parece que la Cuaresma nos lleva al lugar opuesto. Jesús no está solo, sino acompañado de sus mejores amigos; Jesús no está en el desierto, sino en lo alto de una montaña, quizás con mucho más verde, con mejores vistas, con un aire fresquito de esos que gustan tanto… Y lo que parece más llamativo, Jesús no está acompañado por el demonio, por la parte más peligrosa de nosotros mismos, la que nos hace buscar el éxito fácil e insolidario. En este caso Jesús es ‘visitado’ por dos personajes muy importantes: nada menos que Moisés y Elías, el liberador y el profeta, el jefe de la tribu que lidera a su pueblo, y el profeta que les habla de Dios y de su Reino… Y en medio de eso, una voz salida del cielo que le proclama como el Hijo Predilecto de Dios, y nos urge a escucharlo. Casi nada.
La imagen parece la opuesta ¿verdad?
Quizás sea el primer mensaje de la Cuaresma esta semana: a Dios podemos buscarle y encontrarle en el interior de nosotros mismos, y descubrirle como seguridad, como fuerza frente a la tentación de querer destacar a cualquier precio, de querer triunfar a cualquier precio, de querer poner todo a nuestros pies. Pero también podemos buscarle y encontrarle en la comunidad, en el encuentro con los compañeros, en las experiencias agradables que compartimos, en los momentos de paz y disfrute…. Esos momentos que nos hacen decir, como a Pedro: ‘Quedémonos aquí todo el tiempo, vivamos así todo el tiempo’. ¿Quién de nosotros en una convivencia, en una acampada, tras una celebración bien preparada y sentida, en una pascua, en una misa del gallo, en una reunión en la parroquia o en la comunidad no ha pensado eso de ‘hagamos una tienda para quedarnos aquí siempre’...?
Quisiera compartir contigo tres llamadas que personalmente me hace este texto y que se repiten mucho últimamente. Seguro que todos nosotros experimentamos algo parecido.
La primera es la necesidad de vivir la fe con otros. También Jesús quiso subir a la montaña acompañado de Pedro, Santiago y Juan. La importancia de compartir, la importancia a veces de retirarse un poco de la vida de cada día para buscar espacios cuidados donde encontrarnos con otros y, de su mano, con Dios. Comunidad, encuentro, retiro, convivencia, espacio sereno donde disfrutar del gozo de seguir a Jesús…
La segunda es no creer que todo empezó con nosotros. Adán y Eva fueron el primer hombre y la primera mujer, pero no somos ni tú ni yo. Jesús se encontró con Moisés y con Elías, con dos creyentes en el mismo Dios que le habían precedido; que seguramente tuvieron los mismos miedos, las mismas ilusiones, los mismos proyectos, las mismas inquietudes y desafíos… Tampoco tu comunidad y la mía son las primeras. Somos una cadena que tiene futuro y que tiene presente, pero que también tiene pasado, y muy rico muchas veces. ¿Te has parado a pensar cómo viven su fe, que es la misma que la tuya, las personas más mayores de nuestra parroquia? ¿Conoces algo de cómo fueron las cosas antes de que tú llegaras aquí? No para imitarlas ni para sobrevalorarlas, sólo para caer en la cuenta de que, como Jesús, necesitamos saber de los que nos han precedido.
Y la tercera: nuestro encuentro con Dios, personal y comunitario, tiene un olor precioso, suponen muchas veces ‘un subidón’, dan ganas de quedarse con Él a solas, y con nuestros compañeros a solas toda la vida… Como el bueno de Pedro aquel día en el monte. Pero Jesús nos manda bajar, nos invita a salir, nos pide ser hombres y mujeres en el mundo y con el mundo. No vale con ‘quedarse aquí’, sino que hay que llevar el tesoro que hemos encontrado bien cerca del corazón, y recordarlo a menudo, pero para servir mejor a otros, para caminar de la mano de otros, ojalá para invitar también a otros a conocer a Jesús y subir con Él a la montaña desde donde se le ve relucir, brillar con ese inmenso corazón que tiene, y donde decidimos, sin miedo y de su mano, ponernos al servicio de otros.
Un abrazo y Feliz Cuaresma,
Alfonso Salgado, CVX en Salamanca

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