miércoles, 14 de mayo de 2014

VII ESTACIÓN: EN EL CAMINO DE EMAÚS


Aquel mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, distante a unas dos leguas de Jerusalén. Iban comentando todo lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo. Él les preguntó: “¿De qué vais conversando por el camino?”. Ellos se detuvieron con semblante afligido, y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que desconoce lo que ha sucedido allí estos días?”. Jesús preguntó: “¿Qué?”. Le contestaron: “Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. ¡Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel!, pero ya hace tres días que sucedió todo esto. Es verdad que unas mujeres de nuestro grupo nos han alarmado; ellas fueron de madrugada al sepulcro, y al no encontrar el cadáver, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles asegurándoles que él está vivo. También algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como habían contado las mujeres; pero a él no lo vieron”. Jesús les dijo: “¡Qué necios y torpes para creer cuanto dijeron los profetas! ¿No tenía que padecer eso el Mesías para entrar en su gloria?”. Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él. Se acercaban a la aldea adonde se dirigían, y él fingió seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va de caída”. Entró para quedarse con ellos; y, mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Se dijeron uno al otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?”.
Lc. 24, 13-32

Quizá demasiadas veces cuando termina una experiencia fuerte nos desinflamos y parece que lo que hemos vivido ha sido solo un paréntesis en nuestra vida. Se terminó la Pascua y ya no somos capaces para encontrar un rato para orar, todo lo vivido queda como imágenes en nuestra mente, parecía que íbamos a conseguir tantas cosas.... pero en la vida diaria es todo tan complicado.... Así se sentían los discípulos de Emaús, con un deseo de más pero sintiendo que lo vivido era algo que quedaba atrás. Necesitaron encontrarse con Jesús resucitado y que Él les explicara para comprender. Lo vivido entonces, lo vivido hace semanas, continúa en el día a día, el encuentro con los otros, la fracción del pan, la eucaristía, nos permite revivir nuestra experiencia con Cristo, el verdadero alimento de nuestra vida.
¿También nosotros somos capaces de encontrarle en el pan que se parte y se reparte? ¿Nuestras experiencias de fe son un paréntesis en nuestra vida o estamos dispuestos a encontrarle en cada paso del camino?

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