martes, 27 de mayo de 2014

EXPERIENCIA EN EL COTTOLENGO


Me piden que escriba sobre la experiencia que hemos tenido el grupo de jóvenes de la comunidad Nuwanda en El Cottolengo de las Hurdes, y la verdad que no sé muy bien por dónde empezar, porque han sido solamente tres días los que hemos pasado allí, y han sido tantas las lecciones de vida aprendidas que me da un poco de miedo no poder saber expresar lo que hemos vivido.
Me gustaría empezar contando un poco qué es El Cottolengo y qué se hace allí  para todos aquellos que no lo sepáis. Es una casa que llevan las Hermanas Servidoras de Jesús, aquí podemos encontrar personas con discapacidad, con enfermedades y personas cuyas familias no pueden hacerse cargo de ellas. Nuestra labor durante esos días fue  estar a disposición de lo que nos pidieran.
La gran mayoría de los que fuimos a este viaje nunca habíamos estado allí, pero sí que habíamos oído hablar de este lugar y de la gente. Estábamos expectantes.
Al llegar, nos pusimos manos a la obra: a ayudar en todo lo que nos dijeran y necesitaran. Esos días que pasamos allí fue como vivir continuamente en un Jueves Santo, dispuestos a dejarnos lavar los pies y, sobre todo, a lavar los pies. Aunque al finalizar esta experiencia, tuve la sensación de que me lavaron más los pies de lo que yo los  pude lavar.
En esta tónica de Jueves Santo, y habiendo vivido apenas una semana atrás la Resurrección de Cristo, yo era incapaz de no sentirla, de no apreciar que Jesús había resucitado en todas y cada una de las personas que allí viven. Pues a pesar de sus limitaciones y dificultades, algunas de las cuales son impuesta por nuestra sociedad, no nos damos cuenta de que no son solo discapacitados o limitados, sino que son personas con muchas capacidades, como tú y como yo, que sienten a Jesús Resucitado y que quieren vivir, a pesar de que tienen y que viven en una situación que no es fácil, que no quieren tirar la toalla y quieren vivir con esperanza, alegría y fe. Verdaderamente son una lección de vida y fortaleza.
También está claro que durante estos tres días no todo fue bonito, aunque intentáramos que así fuera para toda aquella gente. Sentía que, a veces, estorbaba más de lo que ayudaba, puesto que no conocía la distribución de la casa, ni la organización de las tareas y de las cosas, eran las personas de allí las que me tenían que dar indicaciones y ayudar, no al revés. Asimismo, pensé que la gran mayoría de las veces no me doy cuenta de lo afortunada que soy y de todas las posibilidades y oportunidades que aparecen en mi camino para hacerme aprender y crecer como persona. Así como tampoco me doy cuenta de lo privilegiada que soy por tener una familia que me cuida, me apoya y me quiere. Por tanto, no tenemos que dar las cosas por sentadas, hay que ser agradecidos, y dar gracias al Señor por lo que nos va poniendo en nuestro camino.
Me gustó comprobar que cada uno desempeña un papel dentro de la casa  y ese papel que tienen es importante para el buen funcionamiento, todos y cada uno de ellos son necesarios.
Otra lección de vida es que  me recordaron que tengo que  salir de mi mundo, ver que hay otras personas a mi alrededor, que no estoy sola, y que  los otros puede que me necesiten. Vi en ellos su capacidad de ayudar al hermano, su capacidad de estar pendientes de las necesidades del otro. Son unas grandísimas personas, más preocupados por los demás que por ellos mismos.
A modo de conclusión, me gustaría decir que esta experiencia ha sido maravillosa, me ha hecho aprender y crecer, tanto a nivel personal como a nivel de fe. ¡Me encanta poder desgastar mi vida por los demás! Puesto que solo así, desgastando la vida, es como tiene sentido vivir.
Dicho todo lo anterior y sintiendo que esto no sé explicarlo de una forma mejor, solo hay una manera para poder entender verdaderamente esta experiencia y es viviéndola. Vete al Cottolengo. Para entender las cosas hay que vivirlas.

Ana Martín. Comunidad de Jóvenes “Nuwanda”

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