jueves, 24 de octubre de 2013

EXPERIENCIAS DE VERANO. ATALAYA 2013


Convertirte en una persona monotemática, ver el mundo con otros ojos o que se te llene tanto la boca hablando de una experiencia que todo el mundo que está a tu alrededor vea tu felicidad, son algunas de las consecuencias de haber pasado quince días del mes de agosto en el Campo de trabajo de Atalaya.
Cuando me propusieron una lista tan amplia y variada de posibles actividades en las que participar en verano me sentí agobiada, tanto por hacer y sin saber por dónde empezar. Tienes que pensar muy bien cuáles son tus intereses, barajar un poco las posibilidades y ver si vas a poder ser útil. Aunque en el fondo lo primero que te llama la atención es lo que elijes sin saber muy bien la razón. Emprendes el viaje con unas expectativas e ilusiones que no sabes si van a ser cumplidas y que en este caso se superaron, los miedos aparecen haciéndote dudar de si realmente ése es tu sitio y cuando llegas allí, te encuentras con el incomodo circulo del silencio de unos desconocidos con los que vas a compartir los próximos días, pero que en pocas horas ya se habían convertido en tus aliados y amigos.
Los dos primeros días sirvieron para ubicarnos, recibir algunos consejos y nociones básicas, poder conocer a las personas con las que ibas a formar grupo, concienciarte del trabajo que vas a realizar y poder aislarte de tu mundo durante un tiempo para vivir entregándote. Al tercer día ya llegaron los protagonistas de esta aventura, los niños. Esas pequeñas personas con las que compartías el día, les ayudabas con sus tareas, te hacían partícipe de sus juegos acogiéndote como un amigo más, te pedían que en la comida te sentaras junto a ellos, dejaban ver su cara de alegría en el patio o sus risas en el taller de expresión corporal. Las personas que por la mañana nada más llegar te daban un abrazo con tanto sentimiento que te hacia despertar y que al marcharse por la tarde tenían un rostro tan iluminado que ya deseabas que fuera el siguiente día para volverles a ver.
Cuando los chicos se iban tocaba evaluar el día, reponer fuerzas con el resto del equipo y aprovechar el tiempo para conocer a los que ya son tus amigos y con los que podías hablar sin ningún miedo. En ocasiones recibíamos algunas charlas de formación sobre la inmigración, nos acercaban a su situación, veíamos las dificultades que tienen en nuestra sociedad e incluso escuchábamos testimonios de jóvenes. Otros días tocaba ir al comedor social y servir a los demás. Esta parte de la experiencia es sin duda la más dura y la más impactante, pero a la vez la que más te reconforta y te enseña a mirar la realidad del mundo con entrega.
Durante todo este tiempo te das cuenta de que unos desconocidos se han ganado un hueco  tan grande en tu corazón que no quieres que la experiencia termine, de que has conseguido ser luz y sal para tantas personas que te sientes agradecido por el trabajo que has hecho y la oportunidad que has tenido, de que has recibido mucho más de lo que has dado y de que no puedes parar de agradecer a Dios todo lo que ha puesto en tu camino y todo lo querido que te sientes.
Ahora sí sé la razón por la que al principio elegí ir a Atalaya, ese era mi sitio y en el que el Señor quería que estuviera, porque todo ocurre por alguna razón. La compañía es muy importante y no podía haber tenido una mejor, sin ellos nada hubiera sido igual. Son muchos los recuerdos que tengo, la cantidad de nombres que están guardados en mi corazón, los pequeños gestos que han convertido este verano en diferente y mis ganas e ilusiones de poder seguir creciendo de esta forma.

Marta Nieto Marín 

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