lunes, 16 de abril de 2012

BUSCABA LA ESPERANZA… Y LA ENCONTRÉ A LA SOMBRA DE UN MADERO

La desesperanza me invadía como un torrente, paralizándome, apagándome lentamente. No lo pude evitar; la muerte estaba en mí, como la está en todos los seres humanos en algunas ocasiones, siempre presente en pequeñas cosas que salen mal o que no se esperan así.
La ausencia de Dios es siempre dura. Se puede presentar de tantas formas distintas… ¿Quién no ha dudado de que lo que le contaban era cierto? ¿Quién no se ha cansado de esperar? ¿Quién no se ha sentido sólo alguna vez?
Cuando te haces esta clase de preguntas, puedes seguir muriendo poco a poco o cambiar.  Todo cambio cuesta esfuerzo, pero una vez que te pones en marcha, sólo trae alegrías. Es como esa tímida risa contagiosa que regala una persona de repente y que, sin razón alguna, alguien le acompaña hasta transformarse en un corro de carcajadas. Yo volví a ver a Jesús en la cruz y sentí tanto miedo que me puse a temblar, pero me emocioné al ser testigo mudo del llanto solitario de una mujer en la iglesia. Me vino la sensación repentina de que su cruz era más grande que la mía y me hubiese gustado acercarme a aquella desconocida para comprenderla mejor e intentar aligerar su carga.  Sin embargo, tenía que entender primero la mía: ¡sí, tenía miedo! Todos lo experimentamos en distintos momentos de nuestras vidas. Me atrevo a decir que Jesús también lo tuvo al saber que iba morir en la cruz, y, a pesar de todo, siguió adelante. Entonces, esos miedos dejan de importar tanto.
No es justo para él que nos sintamos solos cuando él llegó a palpar la soledad más dura, sin ir más lejos, con las tres negaciones de Pedro. Su cruz es tan sobrecogedora que nos acoge a todos, ¡con lo frágiles que somos! Confió en Dios hasta el extremo, nos amó hasta el final, y dejó la puerta de su sepulcro abierta, cuando sabemos que la habían sellado…
¿Por qué no seguir esperando que vuelva a vivir? Pensaba cómo podría resucitar en mi vida, en situaciones más concretas, para que ese final se convirtiese en un nuevo principio. Así, empecé a comprender la lógica de Dios, empecé a soñar en cómo quiere que sea en el día a día. Todos los seres humanos estamos aquí por algún propósito, algún sueño que nos queda por alcanzar. Muchas veces no sabemos cuál es, quizá el tuyo sea descubrirlo en este preciso momento. Creo que Dios forma parte de ese proyecto y siempre está dispuesto a ayudarte, tanto a averiguar lo que realmente queremos, como a que ‘tus sueños se hagan realidad’. Parece como si me diese alas con las que suavemente ascenderé en el aire, dejando una elegante estela a mi paso que se acerca más a ti y te abraza en un contacto fugaz pero intenso. Desde lo alto, el mundo se ve diferente, es tan pequeño que me pregunto si el ser humano y sus problemas son tan grandes como la importancia que les da, como la importancia que se da a sí mismo, muchas veces sin darse cuenta. En este instante ya no pueden con mi alma alegre ni el silencio cortante, ni las dudas, ni la eterna espera, ni la soledad, ni el cansancio, ni mis pies fríos, ni mi cuerpo de barro… porque se puede moldear a Su antojo. Lo sé; lo siento a mi lado y me vuelve a sorprender. Nos da fuerzas para luchar, pase lo que pase; es complicado explicarlo con palabras; un sentimiento vale más que estas líneas, pero mi voz, intentando transmitirlo, no se la llevará el paso del tiempo. La fe nos hace volar, nos hace resucitar cuando nos creemos eso que se suele decir de: ¡lo imposible es posible!
Ahora que es la esperanza la que me llena como un férreo vendaval, desde el convencimiento que tal vez mis palabras se transformen en hechos, sólo confió en que los demás descubran su forma de ‘resucitar’ y si no, intentaré ‘pasar la llama de Cristo a quién me pida calor’ como reza la canción.

Sara Lorenzo

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