Todos, cuando nos vamos de viaje, metemos más de lo que vamos a necesitar, incluso cargamos con mucho más de lo necesario si vamos a realizar alguna actividad al aire libre, como si por cargar con más pares de calcetines o con camisetas para una semana en vez de para dos días estuviésemos más seguros. Y de eso se debió de dar cuenta el chico que cuando iba a coger el autobús, y mientras yo caminaba distraído, me preguntó: “¡Si que vas cargado! ¿A dónde vas?”. Y entre la distracción del momento pensando en si me había olvidado algo o por el hecho de solo conocerle de vista, no supe contestar más que un: “A Pamplona”.
Mientras seguía caminado me di cuenta de lo primero que me había dicho y pensé en la cantidad de cosas con las que cargaba y que no podía dejar atrás.
Tras pasar la tarde en el autobús con los típicos juegos de El Milagro, llegamos ya de noche y más tarde de lo esperado. Tras acomodarnos en el comedor que nos había dejado el colegio de Jesuitas de Pamplona, y donde pasaríamos una agradable velada, amenizada por nuestros compañeros de viaje más jóvenes, descubrimos de mano de unos inesperados San Ignacio y S. Francisco Javier, y también de la de un impetuoso joven Iñigo, la ciudad de Pamplona. Mientras nos repasaban como su historia juntos no fue siempre tan fructífera, recorrimos los lugares más importantes de la ciudad relacionados con la vida de San Ignacio, entre los cuales están el lugar donde recibió el cañonazo y una escultura hermana de la que hay en Loyola, que nos muestra como fue trasladado por los enemigos hasta La Casa Torre herido en una pierna. Para terminar, un Iñigo animando a la gente que había en la plaza nos intento convencer de que luchásemos y resistiésemos, pero una bola de cañón fortuita le impacto y pudimos ver rápidamente como se iba transformando en otra persona ante nosotros. Después de esta animada escena seguimos el recorrido por el casco histórico de Pamplona repasando la vida de los dos compañeros, aunque en el final de esta historia unos animados Pamploneses nos impidieron escuchar el final. Tras volver al colegio, en una de sus capillas realizamos una oración a la luz de las velas que nos dieron.
Sorprendidos, a la mañana siguiente nos despertamos mucho más tarde de lo que esperábamos, mientras que las luces del pasillo se encendían y apagaban el ritmo de las vueltas dentro del saco de nuestros compañeros asiáticos de camino, y así el día de la caminata había comenzado.
Tras preparar nuestras cosas y guardar en la mochila solo lo necesario para el día, volvimos a la capilla para realizar una oración de la mañana en la que descubrimos la idea de “amigos en el Señor” de Francisco Javier, en un papel que portaríamos todo el camino, recogimos las firmas de nuestros compañeros de viaje más cercanos en ese momento y en el recuerdo las de los compañeros que no nos podían acompañar en este viaje, y tras colocarlo cada uno en un lugar donde tenerlo presente durante el camino, nos dirigimos al autobús para ir al punto donde comenzaría nuestro día de marcha, pero antes de comenzar la marcha muy sorprendidos y alagados recibimos en el autobús la bendición del Papa. Nos distribuimos por grupos y nos repartimos algo de comida para el camino, aprovechando estos momentos para conocer a los nuevos compañeros de viaje y para hablar con los que se nos habían unido la noche anterior que hacía tiempo que no veíamos, como María.
Durante el camino hablábamos de las cosas que habían pasado durante la noche, de lo bien que habían dormido unos y de lo cansados que estaban otros, nos aconsejábamos sobre la cantidad de crema que nos iba a hacer falta para no quemarnos y que no nos quedase la marca de las gafas, así se nos pasó el tiempo hasta la primera parada, la cual fue muy esperada, pues sabíamos que allí nos esperaba comida y descanso, tras la preocupación de haber visto como pasábamos de largo el lugar donde estaba el año pasado y sembrarnos de dudas sobre si realmente el año pasado fue en un sitio o en otro, o si en realidad alguna vez llegamos a parar, descubrimos con alegría que no muy lejos del mismo lugar que el año pasado estaba la Venta de Judas, allí gracias a los voluntarios de la Javierada pudimos disfrutar de refrescos, café, dulces, fruta y bocadillos, por no hablar de las famosas patatas de Navarra, que ese día eran el único objetivo de más de unos de los peregrinos.
Mientras la mayoría seguían el camino más corto hasta Javier, nosotros, aconsejados por Imanol, que como buen pamplonés no podía permitirse hacer una Javierada tan corta, nos dirigimos a la Foz de Lumbier. Previamente a contemplar tan magnífico lugar, encajado entre dos paredes de roca y repleto de naturaleza, hicimos un descanso y esperamos a que se reuniese de nuevo todo el grupo, ya que algunos de nuestros compañeros más despistados tardaron bastante en reunirse con nosotros. En la foz las protagonistas fueron las cámaras de fotos, y todo el mundo trató de retratarse con la silueta de la roca recortada de fondo.
Tras este agradable rodeo, volvimos casi al mismo punto donde dejamos el camino a Javier, y tras otro pequeño desvío paramos cerca de el tramo más duro de el camino, ya que antes de este reto algunos necesitaban reponer fuerzas a su manera, unos comiendo, otros bebiendo e incluso con alguna pequeña siesta, las ampollas ya empezaban a molestar y la piernas a sentirse cargadas. Nos pusimos de nuevo en camino por la larga cuesta que precede al valle donde se encuentra el último tramo de camino antes de ver momentáneamente el castillo. En esta parte del camino junto a Imanol nos dimos mucha prisa en llegar al río que hay no muy lejos del castillo, y allí esperamos al grupo, pensando que todavía no había descansado, cuando los primeros nos alcanzaron descubrimos que ya habían parado a descansar y uniéndonos de nuevo al grupo nos pusimos de nuevo en camino. Unos más rápido que otros, pues Imanol llevado por una energía extraña decidió cubrir los últimos tres kilómetros corriendo.
Mientras caía la tarde y nuevamente unificado el grupo, pudimos disfrutar de alguna que otra conversación con los compañeros que habían ido más rezagados o los que más ventaja nos sacaban, mientras nos acercábamos al castillo se nos unían los monitores y alumnos del colegio de Pamplona que habían comenzado la marcha mucho antes, y viendo como la mayoría de ellos con visibles cojeras y bastante doloridos, nos recordaban de qué nos habíamos librado esta vez y lo que verdaderamente significa la Javierada para esas personas.
Mientras enfilábamos la cuesta del Castillo comenzaban las carreras para llegar el primero, y tras subir las ultimas escaleras nos sentamos a la puerta de la Iglesia del castillo para esperar a nuestros compañeros, después de algunas fotos, para comprobar el antes y el después de el camino, fotos con los compañeros y retratos al pie del castillo, dejamos las cosas en el albergue abarrotado de gente. Una vez acomodados en el suelo de un aula, empezaron las prisas por darse una de las famosas duchas de agua helada de Javier, las cuales hacen justicia a su fama de reparadoras. Los más animados se dieron un paseo por los alrededores del castillo antes de cenar, tras lo cual pudimos disfrutar de un examen del día los más mayores, mientras los pequeños asistían a una obra de teatro.
El examen del día nos sirvió a muchos para que, sin las prisas del camino y las distracción de los compañeros, recordásemos que una vez más estábamos allí, tras recorrer no un simple camino, pues trescientos sesenta y cinco días después nos encontrábamos en aquel mismo lugar, con la mochila llenas de cosas inútiles que a veces cargamos sin saber o sin darnos cuenta de que no nos harán mejores, ni nos ayudarán, pero que parece que no podemos pasar sin ellas, no las podemos dejar atrás cuando vamos a los sitios, ni elegir cuales preferimos, pero que a veces en momentos como la Javierada, tenemos tiempo de reflexionar, la posibilidad de pedir perdón y dejar todas esas piedras allí, junto al castillo o a los pies del Cristo sonriente, como ya lo hicieron otros antes que nosotros.
Tras una noche sacudida por los ronquidos y las vueltas en el saco de los que nos rodeaban, despertamos en un día nublado, bajamos a desayunar tras una larga cola que algunos no pudimos disfrutar completa y nos dirigimos a la plaza para la eucaristía, este año una vez más animada por el mismo sacerdote que el año anterior, mientras cantábamos las mismas canciones de otras veces, nos sorprendió la primera lluvia, haciendo así honor al conocido tópico musical. Después de la eucaristía y mientras seguía lloviendo visitamos el castillo guiados como no por Dani, tras un rápido recorrido por la exposición de las posesiones de la familia de Francisco Javier, la explicación del escudo nobiliario de la familia y las estancias donde hizo vida la familia, pasamos a ver al Cristo, donde cada uno a su manera se mostró ante él, unos más tiempo y otros simplemente agachando la cabeza para poder ver su rostro.
Con el mal tiempo sobre nosotros decidimos tomar el camino de vuelta, no sin antes volver a buscar a algunos compañeros de expedición que habían desaparecido, un tiempo después y tras algunas bromas pudimos descubrir que no todos estábamos tan cansado, mientras deshacíamos el camino del día anterior, Imanol se forjó una fama como speaker que por desgracia ya nunca nos abandonará, así se nos pasaron las horas y por fin llegamos al Castillo de Simancas, bueno a la gasolinera de en frente, donde nos sacamos una memorable foto de grupo.
Avanzada la tarde, llegamos a Salamanca donde cada uno tomo el camino de casa, hasta el año que viene, cuando esperemos que solamente con las cosas necesarias, sin nada que nos lastre, retomemos otra vez el camino de vuelta a Javier.
Alejandro Planet
No hay comentarios:
Publicar un comentario