Ayúdame a esparcir tu gracia dondequiera que yo vaya; inunda mi alma con tu espíritu y tu vida; penetra todo mi ser y toma posesión del él, de tal manera, que mi vida no sea en adelante sino una irradiación de la tuya. Quédate en mi corazón, Señor, en una unión tan íntima y estrecha, que las almas que tengan contacto con la mía, puedan sentir en mí tu presencia, y que al mirarme olviden que yo existo y no piensen sino en Ti.
Quédate conmigo, Jesús: Así podré convertirme en luz para los otros. Esa luz, oh Jesús, vendrá toda de Ti; ni uno solo de sus rayos será mío. Te serviré tan solo de instrumento para que Tú ilumines a las almas a través de mí.
Déjame alabarte en la forma que te es más agradable; llevando mi lámpara encendida para disipar las sombras en el camino de otras almas.
Déjame predicar tu nombre sin palabras, con mi ejemplo, con tu fuerza de atracción, con la sobrenatural influencia de mis obras, con la fuerza evidente del amor que mi corazón siente por Ti.
Cardenal J. H. Newman
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