La noche del 31 de julio, un grupo de 56 personas de la diócesis de Salamanca partíamos hacia Neda (La Coruña) desde allí peregrinaríamos hasta Santiago de Compostela junto con otras 400 personas de diferentes diócesis de Castilla y León.
Cada uno estaba viviendo una situación diferente, los había que no sabían muy bien a lo que iban, otros se encontraban con personas que hacía mucho tiempo que no se veían, muchos tenían ilusión y ganas de hacer nuevas amistades…
Por fin llegamos a nuestro punto de partida y empezamos a conocer a los que serían nuestros compañeros de camino durante esos días. Después recorrer unos cuantos kilómetros llegamos a Miño que era el fin de la primera etapa, por el camino ya habían empezado a surgir conversaciones interesantes, gestos de ayuda y de ánimo para las personas que tenían más dificultades. Parecía como si llevásemos conociéndonos toda la vida, nadie tenía miedo de darse a conocer y tampoco dejar de escuchar al otro que caminaba a su lado.
Todos los días durante el Camino seguiríamos más o menos la misma dinámica al llegar al destino. Primero descansar y comer, más tarde nos juntábamos todos en grupos para compartir un rato de catequesis y celebrar la eucaristía. La mayoría de los días tenía que hacerse esto en la calle ya que al ser tantos no cabíamos en algunas iglesias. Por las noches cenábamos y teníamos un rato de velada.
Y fueron pasando los días, algunas etapas fueron más duras que otras, de Miño a Abegondo, después Bruma, Ordes, Sigüeiro… y por fin Santiago. Ya que durante el camino cada uno iba a su ritmo, a la entrada de la ciudad esperamos para llegar todos juntos a la plaza del Obradoiro donde muchos entre sonrisas y lágrimas nos abrazábamos y felicitábamos por haberlo conseguido. Las calles de Santiago estaban llenas de jóvenes que habían venido al encuentro y que sin ningún miedo lucían la acreditación amarilla del mismo, lo cual para mí fue importante ya que me sentía arropada por mucha gente que como yo es cristiana.
Por fin llegó el momento de celebrar la eucaristía en la iglesia donde se encontraban la Cruz de los Jóvenes y el Icono de María. Por la noche, después de un merecido descanso, fuimos hacia la Catedral para tener una oración junto con jóvenes de otras diócesis de España y darle el abrazo al Santo.
El sábado fue un día muy intenso, desde por la mañana pronto varios obispos darían unas catequesis a los jóvenes repartidos en grupos por diferentes puntos de la ciudad, en concreto nosotros fuimos a la del arzobispo de Valladolid. Como no nos podíamos ir de Santiago en Año Santo sin ir a la misa del peregrino y ver el botafumeiro, aunque estaba fuera del programa nos dirigimos a la Catedral. Por la tarde elegimos entre varios talleres uno que ofrecían unas monjas que se dedican a cuidar de un albergue cristiano que está en Burgos, escuchamos su testimonio y el de los voluntarios que acuden para prestar gratuitamente su ayuda a los peregrinos que pasan por allí diariamente, todos habían realizado el Camino alguna vez y sentían la necesidad de “devolver” al Camino todo lo que en su momento habían recibido.
Al atardecer miles de jóvenes nos dirigimos hacia el estadio de fútbol para acudir a uno de los actos clave de la PEJ, la vigilia de oración. Fue impresionante ver como poco a poco se iba llenando el estadio hasta llegar a unos 12000. Uno de los momentos más destacables fue cuando entre luces y sombras, música y una bonita puesta en escena aparecieron la Cruz de los jóvenes y el Icono de María, seguido del Santísimo.
El domingo era ya un día de despedida, aunque por la mañana nos esperaba una celebración multitudinaria de la eucaristía, también el mismo estadio de la vigilia se llenó de nuevo con todos los jóvenes participantes. Por la tarde cada uno volvía a su casa, pero con las esperanzas de volver a vernos en las Jornadas de la Juventud en Madrid. Recomiendo a todos vivir una experiencia como ésta rodeado de tantas otras personas que como nosotros comparten la misma fe, es algo inexplicable que sólo si lo vives te llenas de ello.
Cada uno estaba viviendo una situación diferente, los había que no sabían muy bien a lo que iban, otros se encontraban con personas que hacía mucho tiempo que no se veían, muchos tenían ilusión y ganas de hacer nuevas amistades…
Por fin llegamos a nuestro punto de partida y empezamos a conocer a los que serían nuestros compañeros de camino durante esos días. Después recorrer unos cuantos kilómetros llegamos a Miño que era el fin de la primera etapa, por el camino ya habían empezado a surgir conversaciones interesantes, gestos de ayuda y de ánimo para las personas que tenían más dificultades. Parecía como si llevásemos conociéndonos toda la vida, nadie tenía miedo de darse a conocer y tampoco dejar de escuchar al otro que caminaba a su lado.
Todos los días durante el Camino seguiríamos más o menos la misma dinámica al llegar al destino. Primero descansar y comer, más tarde nos juntábamos todos en grupos para compartir un rato de catequesis y celebrar la eucaristía. La mayoría de los días tenía que hacerse esto en la calle ya que al ser tantos no cabíamos en algunas iglesias. Por las noches cenábamos y teníamos un rato de velada.
Y fueron pasando los días, algunas etapas fueron más duras que otras, de Miño a Abegondo, después Bruma, Ordes, Sigüeiro… y por fin Santiago. Ya que durante el camino cada uno iba a su ritmo, a la entrada de la ciudad esperamos para llegar todos juntos a la plaza del Obradoiro donde muchos entre sonrisas y lágrimas nos abrazábamos y felicitábamos por haberlo conseguido. Las calles de Santiago estaban llenas de jóvenes que habían venido al encuentro y que sin ningún miedo lucían la acreditación amarilla del mismo, lo cual para mí fue importante ya que me sentía arropada por mucha gente que como yo es cristiana.
Por fin llegó el momento de celebrar la eucaristía en la iglesia donde se encontraban la Cruz de los Jóvenes y el Icono de María. Por la noche, después de un merecido descanso, fuimos hacia la Catedral para tener una oración junto con jóvenes de otras diócesis de España y darle el abrazo al Santo.
El sábado fue un día muy intenso, desde por la mañana pronto varios obispos darían unas catequesis a los jóvenes repartidos en grupos por diferentes puntos de la ciudad, en concreto nosotros fuimos a la del arzobispo de Valladolid. Como no nos podíamos ir de Santiago en Año Santo sin ir a la misa del peregrino y ver el botafumeiro, aunque estaba fuera del programa nos dirigimos a la Catedral. Por la tarde elegimos entre varios talleres uno que ofrecían unas monjas que se dedican a cuidar de un albergue cristiano que está en Burgos, escuchamos su testimonio y el de los voluntarios que acuden para prestar gratuitamente su ayuda a los peregrinos que pasan por allí diariamente, todos habían realizado el Camino alguna vez y sentían la necesidad de “devolver” al Camino todo lo que en su momento habían recibido.
Al atardecer miles de jóvenes nos dirigimos hacia el estadio de fútbol para acudir a uno de los actos clave de la PEJ, la vigilia de oración. Fue impresionante ver como poco a poco se iba llenando el estadio hasta llegar a unos 12000. Uno de los momentos más destacables fue cuando entre luces y sombras, música y una bonita puesta en escena aparecieron la Cruz de los jóvenes y el Icono de María, seguido del Santísimo.
El domingo era ya un día de despedida, aunque por la mañana nos esperaba una celebración multitudinaria de la eucaristía, también el mismo estadio de la vigilia se llenó de nuevo con todos los jóvenes participantes. Por la tarde cada uno volvía a su casa, pero con las esperanzas de volver a vernos en las Jornadas de la Juventud en Madrid. Recomiendo a todos vivir una experiencia como ésta rodeado de tantas otras personas que como nosotros comparten la misma fe, es algo inexplicable que sólo si lo vives te llenas de ello.
María Rosa V. S.
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