La Pasión es una historia que habla de nuestras historias. Una historia de heridas, aciertos, errores, encrucijadas, amor, muerte y esperanza. Una historia que es la de Jesús y quienes le rodearon, pero también la nuestra. Con esa premisa se adentra José María Rodríguez Olaizola en este relato, invitando al lector a recorrer también su propio camino.
Cada uno de los capítulos que
conforma este libro tiene tres partes: a) Una contemplación (recreación
literaria e imaginativa) de los principales episodios de la Pasión, desde el
lavatorio de los pies a la sepultura de Jesús. b) Una reflexión sobre las
dinámicas que están en juego, que es en realidad reflexión sobre la vida
contemporánea y sobre cómo afrontar, desde la fe, las mil circunstancias del
día a día. Y c) un breve poema-oración con el que se invita a dejar reposar lo
leído. Un esquema sencillo, pero que funciona, y ayuda al lector a sumergirse
en las escenas, narradas con libertad, imaginación y fidelidad. Es fácil
reconocer la propia vida en muchas de las situaciones descritas. Los trazos con
que se dibujan los personajes los vuelven cercanos, porque quien más, quien
menos, podemos reconocernos en ellos. Hace ya cinco años Olaizola hizo lo mismo
en "Contemplaciones de papel", en aquel caso adentrándose en la vida
pública de Jesús. La Pasión tiene la particularidad de ser un relato más
integrado, en el que cada escena comienza donde acaba el episodio anterior. La
escritura coloquial, las referencias cinematográficas, literarias o sociales de
sobra conocidas, dan al texto agilidad y frescura. Un libro que puede
convertirse en nuestro libro de cabecera en esta Cuaresma.
“A veces hay que llorar, sin atascarnos en la propia fragilidad. A veces habrá que dejar que otros −u Otro− acojan el llanto y abracen nuestra flaqueza. A veces habrá que levantarse y seguir caminando, aun con los ojos anegados en lágrimas, recordando que la vida sigue; recordando que siempre estamos a tiempo de volver a sembrar lo arrancado; recordando que hay quien nos ama tal y como somos. Para que con esas lágrimas vertidas se abra también la puerta a una nueva esperanza”. (p. 96)
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