Te condeno a no compartir mi tiempo, a
no mirarte, a no reír contigo, a no escucharte, a no darte mi mano.... porque
eres distinto a mí, hablas de forma diferente, crees en cosas que yo no
entiendo. No eres ni el popular, ni el divertido. Me molesta tu torpeza.
Quieres tener lo que yo tengo. Cuando pasas a mi lado no te miro, para mí eres
invisible, aunque oiga tu voz, no te escucho. No quiero compartir mi vida, mi
tiempo, mis sueños, mi historia contigo.
Te condeno, porque quizá si te escucho
no puedo seguir viviendo como vivo, quizá sea incómodo tener menos, o incluso
otros pueden señalarme, reírse de mí, o tal vez hasta se atrevan a condenarme
por ponerme a tu lado y hacer de tu causa la mía. Aquí que cada palo aguante su
vela. Mala suerte la tuya, yo lo siento. Esto no va conmigo.
Y así, cada vez que condeno a alguien
voy levantando un muro, cierro de manera permanentemente o tapio puertas y
ventanas, que eso también significa condenar. Y eso fue lo que pretendieron con
la condena de Jesús, tratar de cerrar definitivamente la puerta al Reino de
Dios que él anunció durante tres años. Y hoy, y ahora, seguimos
cerrando puertas, impidiendo que otros lleguen a nuestro país buscando un
futuro mejor; seguimos cerrando ventanas para no ver que fuera hay gente que no
tiene casa, ni esperanza, ni nada en lo que creer. Cerramos la ventana y
corremos las cortinas porque es mejor no ver qué pasa fuera de nuestra cómoda
casa, y así, al cerrar, al tapiar, al condenar, evitamos exponernos a que el aire
de fuera nos siente mal.
Condenar también es “echar a perder
algo”. Con la condena a muerte de Jesús se pretendía acabar para siempre con
todos los mensajes “incómodos” que él anunciaba. Vino a poner el mundo patas
arriba diciendo que los últimos ya no serían los últimos, que los pequeños eran
más importantes que los poderosos, y con su condena se pretendía poner fin a
tanto mensaje inquietante. Era necesario acallar sus palabras incómodas, como
también hoy silenciamos mensajes que hablan de alternativas que no incluyen
sólo a los de siempre.
Jesús
fue condenado a muerte. Jesús es
condenado a muerte hoy también cada vez que cerramos la posibilidad a que los
que menos tienen vivan mejor y tengan una ilusión por la que seguir adelante. A
Jesús le condenaron a muerte y hoy sigo condenando cuando no quiero compartir
mi tiempo y mi espacio con quien me necesita.
¡Crucifícalo! La rotundidad de las
palabras de entonces suena hoy con la fuerza de quien da un portazo en las
narices a quien quiere entrar, y me veo a mi misma levantando muros, con la
indiferencia, el olvido, el no querer escuchar o el no implicarme lo suficiente.
Y sin querer o queriendo construyo muros, cierro ventanas, impido que circule
el aire que todos necesitamos para respirar.
Entonces la mirada de Jesús se cuela por un agujero en tapia levantada. Su mirada nos invita a librarnos del miedo a perder nuestras seguridades, la auténtica invitación a no lavarnos las manos, sino a pringárnoslas con la vida de quienes hoy son condenados. Su mirada nos invita a mirar de otro modo, a escuchar, a acompañar, a derribar los muros y abrir ventanas. La oportunidad es nuestra, sólo hay que aprovecharla.
Raquel Gómez Díaz, CVX en Salamanca
No hay comentarios:
Publicar un comentario