¿CUÁL ES TU “SÓLO SÉ UNA COSA”? (Jn 9, 1-41)
Hace unos años, en el grupo de la Pascua de jóvenes en la que
participé, había una chica ciega (aquí, como en el evangelio, tampoco voy a
decir su nombre…)
En el atardecer del Viernes Santo tuvimos tiempo largo para orar,
celebrar el sacramento de la reconciliación, tener acompañamiento personal,
descansar…
Dedicamos un buen rato a pasear por la playa: conversando,
compartiendo… tanto que se hizo de noche.
De pronto me agobié porque no veía nada. Se supone que yo la guiaba y
ahora no sabía si quiera dónde poner mi pie… Sentí una impotencia e inseguridad
grandísimas. Fue entonces cuando me di cuenta de que sólo se había hecho de
noche para mí pues ella “vive de noche” y sentí
que ninguna de las dos veíamos; que, en realidad, las dos estábamos
ciegas. Ella, físicamente; pero yo
también, en otra dimensión más honda…
¡Cuánto me costó decirle “vamos a volvernos porque yo no veo nada…”!
Entonces comprendí… y esa sensación se me quedó grabada en mis sentidos y en mi
corazón.
Recuerdo que en los días anteriores yo había reconocido mi admiración
hacia ella por lo autónoma que es, su sentido del humor, sus conocimientos, su
inteligencia, su conversación agradable y de hondura, su fe… Pero lo que más
admiraba en ella eran sus cortas afirmaciones “de cajón”, de lógica aplastante,
de certeza “sin dudar ni poder dudar”… Yo creo que esta es la verdadera fe; esa
que está sustentada en la experiencia en
verdad transformadora de la vida.
Así percibo al ciego del evangelio. Sólo sabe una
cosa de Jesús que es “de cajón”: que antes era ciego y, por su acción en él,
ahora ve… Ha tenido una experiencia tan “e-vidente” que por mucho que las
distintas circunstancias que le rodean le son adversas, él defiende, da
testimonio, disfruta y celebra su nueva identidad y su nueva vida; y también a
quien se la ha hecho posible.
El que sea ciego de nacimiento parece que hace más imposible una
curación.
Nos acostumbramos muchas veces,
consciente o inconscientemente, a que aquello que tenemos “de raíz”: nuestras
heridas, lo que nos constituye por la genética, la familia, la cultura. La
imagen que nos forjamos o que nos devuelven los demás… es “inamovible”. Sin
embargo, Jesús rompe esa nefasta “resignación”.
Otra cosa es la reacción de los testigos. ¿Acaso alguien se alegra de
que haya recuperado la vista? Pues no. Ni siquiera la gente lo reconoce totalmente.
Y es que, como lo conocen por su circunstancia de exclusión, “ciego que se
sienta para pedir” y no por su nombre, su carácter, sus gustos, su historia…
dudan incluso de que sea él mismo. A los fariseos no les importa nada que una
persona haya sido salvada, sino que se enredan, discuten, pelean, elaboran casi
un tratado de derecho para analizar “lo que está escrito en la ley” y lo
culpable que es Jesús. E incluso los
padres, atrapados por el miedo, se deshacen del “entuerto” devolviendo la
cuestión a su propio hijo.
En poco tiempo, y precisamente por una Buena Noticia, se ve rodeado,
impregnado, y en medio de juicios, críticas, justificaciones… Quizá era la
primera vez que esta persona despertaba tanto interés en los demás… pero un
interés que “maldice”, que no lleva al bien… que juzga y margina. Ante esto es
pasmosa su libertad, nacida de lo “obvio” de su experiencia, que le lleva a
afirmar con rotundidad: “Yo solo sé una cosa: que antes era ciego y ahora veo”.
¿Cuál o cuáles son tus “sólo sé una cosa”, tus anclajes?… ¿en qué
experiencia o experiencias se sustenta
tu fe, y de la que brota lo que testimonias, a la que acudes en momentos de crisis, y que es capaz de
sacarte a flote en medio de las circunstancias cotidianas de la vida, por muy
adversas que éstas sean?
Es Jesús quien, como con el ciego de nacimiento, toma la iniciativa,
pero cuenta con tu libertad, voluntad, trabajo y fe personal. El ciego cree y
obedece a lo que le ha indicado Jesús: se levanta, va a la piscina y se lava…
Entonces recobra la vista…
¿Qué “piscinas y lavados” te indica Jesús como medios para dejarte
recobrar la vista, para comprometer tu libertad, poner en juego tu persona y
que Él te ponga en su Vida lúcida y verdadera?
Pero también soy testigo, y testigo de testigos, de experiencia de fe
en la noche más oscura, llena de dudas,
dolor, incertidumbres o silencio; o de que simplemente aun no se haya
vivido una experiencia de “Yo sólo sé…”.
Y en éstas soy testigo, y testigo de testigos, de la experiencia de “una fe
ciega”, del sólo CONFIAR, de sólo ESPERAR, de sólo creer por el credo de otros
que te hablan con su vida de su “yo sólo sé…”. Esto es también verdad. Esto es
también fe.
La cuaresma, los desiertos, los otros, los ciegos, los pobres y los
padres, los sábados y los domingos, la gente que se cree importante y los que
se saben ciegos, los amigos y los que no lo son tanto… nos invitan a abrirnos y
reconocer al Dios de las “experiencias de lógica aplastante” de “hilo corto y
simple” de “certeza existencial”; a Dios, que sana, que salva, que se da, que
siempre está aunque no se sienta o no se sepa, que busca el bien y pasa
haciendo el bien, que ama sin parar.
Mª Carmen Jiménez, fi
No hay comentarios:
Publicar un comentario