Ocurrió
hace unas semanas. El niño le acompañaba a casa de Mateo para llevar unos
tablones. Por el camino advierten los restos ennegrecidos de la casa de Tamar.
¡Pobre muchacha…! Viuda, sola, y ahora leprosa… ¿Qué va a ser de ella? Cuando,
hace poco más de un mes, se supo en el pueblo, se convirtió en una apestada. La
expulsaron y quemaros su hogar. Desde la muerte de su esposo, Jesús solía
hablar con ella, llevarle leña… Tal vez por eso, al ver los maderos
carbonizados los dos se quedan en silencio. Tras unos minutos caminando sin
decir nada, Jesús pregunta:
- ¿Es leprosa porque Dios se ha enfadado
con ella?
José
no sabe bien qué contestar, pero Jesús, como siempre, contesta a sus propias
preguntas:
- No, Dios no puede ser tan cruel.
José
le mira sorprendido. Entonces dice al niño:
- Sí, Dios es bueno.
Jesús
sonríe, confirmado en sus intuiciones, y siguen en silencio. A la vuelta de
casa de Mateo, Jesús vuelve a la carga:
- Papá, ¿cómo de bueno es Dios?
- ¿Qué quieres decir, Jesús?
- ¿Es bueno como el rabí? –pregunta el
niño.
- Es mejor que el rabí –dice José sin
saber muy bien cómo va a explicar esto. Ya puede ser Dios mejor que nuestro
rabí orgulloso y exigente, que cuando le oyes hablar de los libros sagrados
sales de la sinagoga con el corazón encogido, piensa para sus adentros.
Pero
Jesús no pide aclaraciones.
- ¿Es bueno como un pastor cuando cuida
el ganado?
José
duda, pues sabe que en la escala de valoración del niño los pastores están muy
arriba, mucho más que en el conjunto de la sociedad judía.
- No, Jesús; creo que Dios es mejor que
un pastor.
- ¿Es Dios bueno como un padre? –pregunta
Jesús.
José
no duda esta vez. Sabe que él es tan pecador, y a menudo se siente tan indigno,
que Dios no puede ser como él.
- No, Jesús, Dios es mejor que un padre.
El
niño calla, y luego se ríe. José le mira, preguntándose qué vendrá ahora.
- Papá, Dios no puede ser más bueno que
tú.
Lo
dice sin bromear, con la seriedad que a veces asoma en sus ojos profundos, y en
ellos ve el carpintero admiración, y gratitud, y confianza, y amor… y hasta se atreve
a descubrir un poco de verdad. José siente un nudo en la garganta, y los ojos
se le llenan de lágrimas. Camina rápido, pues no quiere que Jesús le vea así.
Tomado
de Contemplaciones de papel (José Mª Rodríguez Olaizola sj)
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