El lugar donde vivo tiene la capacidad de transportarme a muchos de
los fragmentos bíblicos. Es increíble cómo, 2000 años después, muchos de los
elementos de esta sociedad guardan una perfecta simetría con las imágenes del
Evangelio. Desde un mundo desarrollado como el nuestro, el contexto ha cambiado
tanto que tenemos que hacer un esfuerzo por imaginar cómo sería vivir en
tiempos de Jesús: el paisaje, las costumbres, las ropas, el significado de
algunos gestos… Realmente es una gracia la que se me da, de poder contemplar
algunas de las escenas del Evangelio, con tan sólo mirar a mi alrededor.
El evangelio de hoy es una de ellas… Una mujer y un pozo de agua.
Puedo imaginarme a esta samaritana, una mujer que se cubre el cabello y que se
viste con telas… el aire fatigado por las horas que lleva despierta trabajando…
sus manos avejentadas antes de tiempo a causa de los esfuerzos y el sufrimiento.
Quizás ha tenido que recorrer algunos kilómetros para venir a buscar el agua y
llevarla a casa en un cántaro, haciendo equilibrios sobre su cabeza sin olvidar
el niño que carga a sus espaldas; su cuerpo se agota al manejar un burro que
carga la leña y soportando las temperaturas que azotan el Sahel. Una mujer que
se para unos minutos a descansar pero sin que sean demasiados porque tiene que
volver a la rutina de su vida: buscar la leña, preparar la comida, cuidar de
cada uno de su cantidad infinita de hijos, construir los muros de su casa y
lavar a mano la ropa, ir al mercado a vender lo poco que ha cultivado en el
campo… Una mujer que es eje vertebral del funcionamiento de su familia y que,
sin embargo es ninguneada por su marido, por sus hermanos, por su comunidad…
Esa es nuestra samaritana del Evangelio, una mujer fuerte y marcada
por la vida; esa es en la que Jesús posa hoy su mirada… y esa es cada una de
las niñas y no tan niñas, refugiadas o no, que buscan el agua cada día para que
su familia pueda sobrevivir… Esas que son obligadas a dejar la escuela porque
alguien tiene que encargarse de recorrer las distancias hasta la fuente o
porque le han obligado a casarse o tener hijos demasiado pronto. Esas a quienes
unos violan y otros maltratan. Esas a quienes niegan la voz y el voto…
Jesús devuelve hoy la dignidad a esa mujer… y hace un milagro tan sólo
fijándose en ella, pidiéndole que le dé lo poquito que tiene: un simple vaso de
agua… y ofreciendo a cambio todo lo que Él tiene: el Amor infinito del Padre,
que repara, que cuida, que protege, que defiende, que dignifica...
Mirando esa simple escena, hoy me pregunto: ¿reparo yo en esas
mujeres? ¿reparo yo en aquellos y aquellas a quienes otros olvidan? ¿qué les
pido? Y, sobretodo… ¿qué les ofrezco?
Nade
No hay comentarios:
Publicar un comentario