domingo, 9 de marzo de 2014

I DOMINGO DE CUARESMA



La imagen del desierto está muy presente a lo largo de toda la Biblia, y de manera particular,  podríamos decir que este es el paisaje “típico” en la Cuaresma. Yo he de confesaros que, a priori, no se trata de un paisaje que me resulte atractivo; más bien al contrario. Antes de venir a vivir a Guéréda pensaba y bromeaba sobre por qué el Señor me enviaba a lugar tan árido… a mí, crítica reincidente del “secarral del campo charro” y amante de la frondosidad y del verde…
Pero ha querido la vida que hoy me encuentre aquí, en medio del Sahel… a muy pocos kilómetros del gran desierto del Sáhara… y, una vez más, sea aquí donde mi imagen cobre un poco más de significado.
Después de algunos meses, mi mirada se ha ido adaptando. Poco a poco empiezo a amar el amarillo arena, la tranquilidad a la vista, el silencio y la simplicidad del paisaje, la paz que transmiten sus líneas simples, la suavidad del viento que acaricia mi cara… Aunque creo que lo que más me sorprende del desierto es su capacidad para potenciar los elementos que le rodean. Como quien pinta blanco sobre negro…  El color del vestido de una mujer, el dibujo de un niño o las pequeñas flores de un arbusto relucen mucho más ante la aridez y la sobriedad del contexto. 
Y es precisamente esa capacidad para potenciar las cosas más simples, para percibir con nitidez lo que no podríamos ver en un contexto más cargado de detalles, lo que me ha hecho entender por qué el desierto está tan ligado a la Cuaresma.
Estoy segura de que la mayoría tenemos un poco la tentación de la pereza antes de que la Cuaresma comience, como yo tenía mis reservas antes de venir. ¿Ayuno? ¿Sobriedad?... Con lo bien que estamos, ¡anda que buena gana de complicarse!… Sin embargo, cuando el Señor se las arregla para convencernos de entrar en ella… entonces empezamos a reconocer su belleza. Porque es ahí, cuando se elimina el ruido de lo cotidiano, cuando se mantiene lo esencial de la imagen y se eliminan los adornos, cuando se simplifican las líneas de la vida… donde podemos escuchar más profundamente lo que Dios pone en nuestro corazón, donde podemos ver nuestra vida con más nitidez y donde podemos sentir más profundamente su Amor y su presencia.
Jesús lo sabía… y por ello, como nos muestra el Evangelio de hoy, eligió alejarse al desierto poco antes de la Pascua. Yo no tengo muy claro si él conocía a ciencia cierta lo que iba a pasar unos días más tarde o simplemente intuía que lo que habría de venir no sería fácil. Pero,  una vez más, como nos enseña siempre durante su vida pública, antes de un momento importante, Él busca el refugio y el consuelo de la oración, allí donde nadie puede molestarle… allí donde se encuentra a solas con Dios… Es ese espacio de silencio y desierto lo que le prepara para saborear la alegría de la compañía el Domingo de Ramos, para servir y repartirse él en su Última Cena y para abandonarse en los brazos del Padre en el huerto de los olivos. Es sólo esa intimidad con el Señor la que le lleva a entregar su vida por Amor, lo que da pleno sentido a su vida…
Ojala y en esta Cuaresma dejemos que nuestro corazón encuentre ese pedacito de desierto que hay también en nosotros… Ahí donde sólo estamos nosotros y el Padre que nos busca incansablemente.

Feliz Cuaresma a todos.
Nade

1 comentario:

LA QUE BUSCA dijo...

Gracias por este comentario