La imagen del desierto está muy
presente a lo largo de toda la Biblia, y de manera particular, podríamos decir que este es el paisaje
“típico” en la Cuaresma. Yo he de confesaros que, a priori, no se trata de un
paisaje que me resulte atractivo; más bien al contrario. Antes de venir a vivir
a Guéréda pensaba y bromeaba sobre por qué el Señor me enviaba a lugar tan
árido… a mí, crítica reincidente del “secarral del campo charro” y amante de la
frondosidad y del verde…
Pero ha querido la vida que hoy me
encuentre aquí, en medio del Sahel… a muy pocos kilómetros del gran desierto
del Sáhara… y, una vez más, sea aquí donde mi imagen cobre un poco más de
significado.
Después de algunos meses, mi mirada
se ha ido adaptando. Poco a poco empiezo a amar el amarillo arena, la
tranquilidad a la vista, el silencio y la simplicidad del paisaje, la paz que
transmiten sus líneas simples, la suavidad del viento que acaricia mi cara…
Aunque creo que lo que más me sorprende del desierto es su capacidad para
potenciar los elementos que le rodean. Como quien pinta blanco sobre
negro… El color del vestido de una
mujer, el dibujo de un niño o las pequeñas flores de un arbusto relucen mucho
más ante la aridez y la sobriedad del contexto.
Y es precisamente esa capacidad
para potenciar las cosas más simples, para percibir con nitidez lo que no
podríamos ver en un contexto más cargado de detalles, lo que me ha hecho
entender por qué el desierto está tan ligado a la Cuaresma.
Estoy segura de que la mayoría
tenemos un poco la tentación de la pereza antes de que la Cuaresma comience,
como yo tenía mis reservas antes de venir. ¿Ayuno? ¿Sobriedad?... Con lo bien
que estamos, ¡anda que buena gana de complicarse!… Sin embargo, cuando el Señor
se las arregla para convencernos de entrar en ella… entonces empezamos a
reconocer su belleza. Porque es ahí, cuando se elimina el ruido de lo cotidiano,
cuando se mantiene lo esencial de la imagen y se eliminan los adornos, cuando
se simplifican las líneas de la vida… donde podemos escuchar más profundamente
lo que Dios pone en nuestro corazón, donde podemos ver nuestra vida con más
nitidez y donde podemos sentir más profundamente su Amor y su presencia.
Jesús lo sabía… y por ello, como
nos muestra el Evangelio de hoy, eligió alejarse al desierto poco antes de la
Pascua. Yo no tengo muy claro si él conocía a ciencia cierta lo que iba a pasar
unos días más tarde o simplemente intuía que lo que habría de venir no sería
fácil. Pero, una vez más, como nos
enseña siempre durante su vida pública, antes de un momento importante, Él
busca el refugio y el consuelo de la oración, allí donde nadie puede
molestarle… allí donde se encuentra a solas con Dios… Es ese espacio de
silencio y desierto lo que le prepara para saborear la alegría de la compañía
el Domingo de Ramos, para servir y repartirse él en su Última Cena y para
abandonarse en los brazos del Padre en el huerto de los olivos. Es sólo esa
intimidad con el Señor la que le lleva a entregar su vida por Amor, lo que da
pleno sentido a su vida…
Ojala y en esta Cuaresma dejemos
que nuestro corazón encuentre ese pedacito de desierto que hay también en
nosotros… Ahí donde sólo estamos nosotros y el Padre que nos busca
incansablemente.
Feliz Cuaresma a todos.
Nade
1 comentario:
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