El pasado domingo dejamos a Jesús en el
desierto, solo, frente a sí mismo y las tentaciones que proceden del interior
de cada uno. Parecía que la Cuaresma nos invitaba a buscar a Dios en la
soledad, en el desierto como lugar donde no hay nada superfluo, donde uno se ve
enfrentado con uno mismo y nada más…
Y esta semana, parece que la Cuaresma nos
lleva al lugar opuesto. Jesús no está solo, sino acompañado de sus mejores
amigos; Jesús no está en el desierto, sino en lo alto de una montaña, quizás
con mucho más verde, con mejores vistas, con un aire fresquito de esos que
gustan tanto… Y lo que parece más llamativo, Jesús no está acompañado por el
demonio, por la parte más peligrosa de nosotros mismos, la que nos hace buscar
el éxito fácil e insolidario. En este caso Jesús es ‘visitado’ por dos
personajes muy importantes: nada menos que Moisés y Elías, el liberador y el
profeta, el jefe de la tribu que lidera a su pueblo, y el profeta que les habla
de Dios y de su Reino… Y en medio de eso, una voz salida del cielo que le
proclama como el Hijo Predilecto de Dios, y nos urge a escucharlo. Casi nada.
La imagen parece la opuesta ¿verdad?
Quizás sea el primer mensaje de la Cuaresma
esta semana: a Dios podemos buscarle y encontrarle en el interior de nosotros
mismos, y descubrirle como seguridad, como fuerza frente a la tentación de
querer destacar a cualquier precio, de querer triunfar a cualquier precio, de
querer poner todo a nuestros pies. Pero también podemos buscarle y encontrarle
en la comunidad, en el encuentro con los compañeros, en las experiencias
agradables que compartimos, en los momentos de paz y disfrute…. Esos momentos
que nos hacen decir, como a Pedro: ‘Quedémonos aquí todo el tiempo, vivamos así
todo el tiempo’. ¿Quién de nosotros en una convivencia, en una acampada, tras
una celebración bien preparada y sentida, en una pascua, en una misa del gallo,
en una reunión en la parroquia o en la comunidad no ha pensado eso de ‘hagamos una
tienda para quedarnos aquí siempre’...?
Quisiera compartir contigo tres llamadas que
personalmente me hace este texto y que se repiten mucho últimamente. Seguro que
todos nosotros experimentamos algo parecido.
La primera es la necesidad de vivir la fe con
otros. También Jesús quiso subir a la montaña acompañado de Pedro, Santiago y
Juan. La importancia de compartir, la importancia a veces de retirarse un poco
de la vida de cada día para buscar espacios cuidados donde encontrarnos con
otros y, de su mano, con Dios. Comunidad, encuentro, retiro, convivencia,
espacio sereno donde disfrutar del gozo de seguir a Jesús…
La segunda es no creer que todo empezó con
nosotros. Adán y Eva fueron el primer hombre y la primera mujer, pero no somos
ni tú ni yo. Jesús se encontró con Moisés y con Elías, con dos creyentes en el
mismo Dios que le habían precedido; que seguramente tuvieron los mismos miedos,
las mismas ilusiones, los mismos proyectos, las mismas inquietudes y desafíos…
Tampoco tu comunidad y la mía son las primeras. Somos una cadena que tiene
futuro y que tiene presente, pero que también tiene pasado, y muy rico muchas
veces. ¿Te has parado a pensar cómo viven su fe, que es la misma que la tuya,
las personas más mayores de nuestra parroquia? ¿Conoces algo de cómo fueron las
cosas antes de que tú llegaras aquí? No para imitarlas ni para sobrevalorarlas,
sólo para caer en la cuenta de que, como Jesús, necesitamos saber de los que
nos han precedido.
Y la tercera: nuestro encuentro con Dios,
personal y comunitario, tiene un olor precioso, suponen muchas veces ‘un
subidón’, dan ganas de quedarse con Él a solas, y con nuestros compañeros a
solas toda la vida… Como el bueno de Pedro aquel día en el monte. Pero Jesús
nos manda bajar, nos invita a salir, nos pide ser hombres y mujeres en el mundo
y con el mundo. No vale con ‘quedarse aquí’, sino que hay que llevar el tesoro
que hemos encontrado bien cerca del corazón, y recordarlo a menudo, pero para
servir mejor a otros, para caminar de la mano de otros, ojalá para invitar
también a otros a conocer a Jesús y subir con Él a la montaña desde donde se le
ve relucir, brillar con ese inmenso corazón que tiene, y donde decidimos, sin
miedo y de su mano, ponernos al servicio de otros.
Un abrazo y Feliz Cuaresma,
Alfonso Salgado, CVX en Salamanca
No hay comentarios:
Publicar un comentario