Si ya tenemos GPS que nos guíen no
necesito nada más para llegar a mi destino. Aunque puede ser que no haya
actualizado los mapas o software, o que el hardware no soporte las nuevas
aplicaciones. Entonces me llevará directo a perderme o incluso directamente a
un lago o al final de una carretera sin destino. Y esto ha ocurrido de verdad,
no me lo invento.
Pero es que no se trata de aparatejos
que, todo sea dicho, nos ayuden en muchas ocasiones. Se trata de nosotros, de
ti y de mí. De vidas, de personas.
Para ese camino vital, con sus llanos
y días soleados y con sus escarpadas colinas y climatología adversa,
necesitamos un guía, un sherpa. Porque no es ningún paseo dominical, son
nuestras vidas. Un guía que me mostrará el camino y la manera de marcar cada
paso. Pero que caminarlo con confianza y lealtad. Sabiendo de su dureza, pero
poniendo todo el corazón en ello.
Si me
parto una pierna o me tuerzo un tobillo, habrá servicios de salvamento con toda
su parafernalia para llevarme a un hospital y curarme. Pero, ¿y si se trata de
mí? ¿Y si se trata de ti, que estás delante de mi? ¿Y si se trata de otro tipo
de dolor? Es el corazón entrañable de Dios, la misericordia, el que me repara y
me levanta para dar un nuevo paso.
La esperanza
es lo último que se pierde, queda guardada en la caja de Pandora. Pero ahí
quieta no molesta. El problema es que la Esperanza con mayúscula me remueve y
me mueve. Es un banco incómodo, es una chincheta en el asiento.
¿Esperanza
activa? Dejarse hacer y confiar, poniendo todo al servicio de Dios, para la
construcción del Reino. ¡Puf, qué complicado! ¿Hay algo más fácil para elegir?
No, rotundo. En nuestra tienda sólo nos queda el “Sí” de María.
José Javier Redero Madruga
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