Y llegados a este punto del Adviento, se hace muy
presente el mayor motivo que hoy encuentro para la esperanza, que no es otro
que el amor. “El amor todo lo cree, el amor todo lo espera”.
Cuando uno está enamorado cambia la mirada y el
corazón. Y ahí está la clave, porque la espera del enamorado tiene como
componente principal la alegría confiada por un encuentro que transforma. E
igual de importante es que nos cambie el encuentro, como que la esperanza sea
también transformadora. Porque la esperanza tiene una dimensión dinámica que
invita a la búsqueda, al ir más allá, a encontrar motivos en el corazón más
allá de los obstáculos.
Así que sí, la clave es enamorarse. Enamorarse de las
personas, de nuestras capacidades, de nuestro poder para sembrar esperanza,
enamorarse de la vida. Y es en ese vivir apasionados en el que casi sin querer
crece la esperanza, que no necesita más motivos que el amor que nace en un
corazón sencillo y dispuesto. Sin olvidarnos claro, de que si yo puedo amar es
porque Él me amó primero.
Por si acaso esté Adviento la vida nos ha pillado
demasiado “ocupados”, dicen que esta noche nacerá una nueva esperanza, una
nueva oportunidad para el AMOR, un regalo en forma de Dios encarnado: pequeño,
frágil… Hoy podemos vivir el día como fin de la espera, como encuentro, como
comienzo. Yo quiero vivirlo como presencia de Aquel que es esperanza en sí
mismo, y que nos recuerda que el Amor de Dios puede nacer todos los días si
encuentra corazones esperanzados que lo acojan. Hoy nace de nuevo la oportunidad
de abrazar la VIDA con mayúsculas. ¿Te lo vas a perder?
Laura García
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