El Adviento nos
llega en el calendario litúrgico coincidiendo con el momento en el que nuestro
pueblo se queda con muy poquitos vecinos pues ya se han marchado los últimos
rezagados del verano. Parece una paradoja que cuando unos se marchan, otros
esperamos la celebración de la llegada del Señor. Sin embargo no es un tiempo
incómodo contagiado por el frío del invierno y la soledad, pues es la luz del
día que comienza a crecer y la llegada de la Navidad lo que empieza a dar
sentido a nuestras vidas.
Mientras el
pueblo mantiene su habitual ritmo lento, un tiempo de quietud y sosiego en el
que parece que no pasan cosas, el Adviento nos invita a estar en vela, atentos
a esta realidad nuestra silenciosa y rural, y a preguntar a Dios, nuestro
Padre, qué quiere que hagamos hoy y aquí por Él, cómo quiere que allanemos el
camino para que pueda entrar en cada una de nuestras anónimas casas, cómo
discernir en nuestro trayecto la senda del Suyo, dónde me quiere, y cómo me
quiere. La respuesta a todas estas preguntas es el resultado de una larga
amistad, no siempre fácil, pues como buenos y viejos amigos ha tenido, y tiene,
sus altibajos. Me pide que esté alegre
en lo pequeño, como hiciera María, su madre, avivando la lumbre de la casa
y compartiendo sus brasas candentes llevándolas a la casa de los vecinos y
vecinas, especialmente a la de aquellos que sufren el frío de estas rigurosas
noches, porque aquí también nacerá Jesús y vendrá para amarnos y quedarse.
Elena Guzmán Martín, CVX en Salamanca
Endrinal (Salamanca)
No hay comentarios:
Publicar un comentario