Él, que había sido vida, se apagó. Fue su fin en este viaje por la Tierra,
o eso se pensaba. De este acontecimiento apareció la oscuridad, las tinieblas,
la tristeza…
Abatidos, desolados, con pena, así nos quedamos cuando alguien cercano a
nosotros muere. Nos preguntamos por qué ha pasado, por qué él/ella y no otra
persona. Sentimos que no encontramos respuestas a estas preguntas, sentimos que
no hay consuelo para nuestro dolor, nuestro sufrimiento.
La lectura positiva que se puede sacar de la oscuridad en la que a veces
nos encontramos es la de poder identificar a las personas que se encuentran en
nuestras vidas, quienes comparten tanto las alegrías como las penas, quienes
nos acompañan por el camino de la vida, sea cual sea éste, como hizo con Jesús
José de Arimatea. Y, por qué no, sentir que Él nos acompaña en cada paso, que
nos hace fuerte en nuestros miedos, en nuestras tinieblas, en nuestras
debilidades…
Es aquí, en estos momentos, en los que tenemos que recordar que Jesús
estuvo dispuesto a ofrecer su vida por nosotros y nos la ofreció como símbolo de amor extremo,
al igual que hicieron nuestros seres queridos. Ellos nos dieron su tiempo, su
cariño, nos ofrecieron su sabiduría, en definitiva, un pedacito de su vida.
Así pues, nosotros en vez de llorar su muerte debemos celebrar su vida, del
mismo modo que Jesús nos enseñó, es decir, siendo luz para esas personas que se
encuentran en las tinieblas, en la oscuridad y piensan que están encerrados en
ellas, que no van a poder salir nunca de esta penumbra, que no van a poder ser
capaces de encontrar, otra vez, su propia luz.
Que de la muerte brote la vida, tenemos que contagiar la esperanza, las
ganas de vivir, la confianza, la paciencia, a las personas que nos rodean en nuestro
día a día, pero lo más importante que tenemos que ser es LUZ para iluminar esos
caminos de tinieblas y oscuridad.
Que la Vida
venza a la muerte.
Ana Martín. Comunidad de Jóvenes "Nuwanda"
No hay comentarios:
Publicar un comentario