¿Por qué te hago daño si sé que te duele? ¿Y por qué
me sigues queriendo aunque no deje de hacerlo?
Yo te traiciono y Tú me amas, yo te clavo en la cruz
y Tú me salvas. Yo te niego, y tu respuesta es un abrazo que sana, unas palabras
que calman: “Ten fe y camina, yo te quiero”.
Pero no me atrevo, Señor, no quiero causar más dolor.
Es curioso, Te echaba de menos sin saber quién eras, y ahora me da miedo saber
quién soy. Tampoco quiero quedarme quieta, ni seguir huyendo. Solo quiero ir
hacia Ti, pero sin buscar atajos, por el camino que me tengas preparado. Ese
que sueñas para cada uno.
Aún no llego a comprender que a cada fallo mío y cada
caída, tu reacción sea cogerme la mano, levantarme y ayudarme a seguir andando.
No lo entiendo porque no creo que merezca un Amor así, tan puro. Pero ahí está
tu grandeza y mi pequeñez. Mi fragilidad la conocemos los dos, Tú sabes que soy
muy fácil de romper, y un poco más complicada de arreglar. Pero ahí estás
siempre dispuesto a perdonar y comenzar de nuevo. Ojalá yo también lo
estuviera. Porque cada vez que el miedo me paraliza, o que me niego a perdonar,
o que huyo de los problemas; cada vez que me trago las palabras cuando debería
gritar al mundo que Te amo; cada vez que un amigo cae ante mis ojos y no lo
quiero ver, cada vez que crucifico al hermano sin culpa, cada vez que la culpa
me hunde y me escondo, cada vez que miro indiferente esos clavos que te
atraviesan… Tú me diriges una de esas miradas de ternura, y me dices que estás
conmigo. Y que siempre lo estuviste. Y no puedo evitar preguntarte qué quieres
de mí, por qué te has fijado en mí, si no soy nada; si yo también te clavé en
la cruz, y lo sigo haciendo cada día. Mis clavos se llaman indiferencia,
envidia, orgullo, desconfianza, miedo, timidez, egoísmo, falta de compasión…
igual no se ven si no nos fijamos bien, pero llegan muy hondo. Traspasan el
cuerpo para clavarse en el corazón.
Tú eres Dios, Tú sabes lo que siento, no dejes que me
siga quedando quieta, ocultando el miedo con excusas y sin enfrentarme a nada.
No quiero seguir mirando cómo son clavados en sus cruces los que sufren, quiero
dejar que me ayudes para poder ayudar. Quiero abandonar mis clavos y seguir tus
pasos. A la luz de la fe. Contigo como guía. Gracias, Señor.
Lara Bernedo. Comunidad de Jóvenes “Cardenal Martini sj”
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