Del
25 al 28 de junio, un grupo de jóvenes nos juntamos en un lugar muy especial,
Loyola. Veníamos de diferentes lugares de la geografía española: Madrid, León,
Bilbao, Villafranca de los Barros, Oviedo, Gijón y Salamanca, pero con el
denominador común de formar parte o bien de Comunidades y Grupos de jesuitas o
bien de haber estudiado o seguir estudiando en colegios de la Compañía.
Allí
durante esos días nos atrevimos a soñar mirando al mundo que nos rodea, con sus
cosas malas y sus muchas cosas buenas. Y centrándonos también en la experiencia
de Dios que tuvo San Ignacio en este mismo lugar, para darnos cuenta de que no
es tan distinta a lo que nosotros hemos ido viviendo durante nuestro pequeño
caminar.
El
primer día en Getaria nos esperaba la playa y un horizonte sobre el que soñar y
disponer el corazón para todo lo que estaba aún por venir. Soñábamos para esos
días, pero también, por qué no, para nuestras vidas… pues soñar es abrir caminos
nuevos, ampliar horizontes.
Ya
en Loyola y mirando en todo momento a la figura de aquel joven al que Dios le
dio un vuelco a la vida cuando menos se lo esperaba nos planteábamos cuáles
eran nuestros proyectos en la vida y qué papel juega Dios en ellos. Qué llena
mi corazón. Cómo habla nuestra fe en las relaciones que mantenemos con los
demás.
También
nos dimos cuenta a través de Ignacio de que Dios llama… pero yo también tengo
que buscarle comprometidamente, a pesar de que me descoloque la vida por completo
y cambie la dirección de mis planes, o
precisamente por eso mismo. Descubrimos cómo el otro puede mostrarnos a Dios. En
la eucaristía compartida de este día, pudimos experimentar el abrazo del Padre…
Comprendimos
el sentido del ‘’Quien no vive para servir, no sirve para vivir’’ en la vida y
el camino de Ignacio. Y redescubriéndonos como sal y luz del mundo nos dimos
cuenta de que el servicio y la entrega son lo que nos da la vida. Pero también
el modo que tenemos nosotros para dar vida.
El
último día nos dimos cuenta de que Ignacio tuvo un fuerte compromiso con la Iglesia. Y es que nuestros
sueños, los soñamos dentro de ella. Esto nos planteó algunas preguntas… ¿Me
considero parte de la Iglesia ?
¿Cómo es la Iglesia
que yo quiero? ¿Qué puedo aportar para ayudar a construirla?
Los
días fueron pasando y nosotros apenas nos dimos cuenta… Habíamos creado una
verdadera comunidad. Y los que en un principio fueron desconocidos, se
terminaron por convertir en amigos, pero no en unos amigos cualquiera, sino Amigos
en el Señor. Unos Amigos en el Señor con muchos sueños, y a los cuales me une
el sueño de un Proyecto Común. Pero después de dejar la experiencia reposar me
he dado cuenta de que hay algo todavía más importante que nos une y eso es la
posibilidad de cumplirlo juntos.
En definitiva, fueron nuestros días de cueva, de los cuales salimos preparados para seguir con el peregrinaje de nuestras vidas.
Marta Martín
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