Hace ya casi dos meses desde que terminó la Jornada Mundial de la Juventud
en Río de Janeiro. Si hubiera escrito este texto antes, podría utilizar una
mayor riqueza de detalles, puesto que todo lo que pasó allí todavía estaría reciente
en la memoria. Pero quizá haya sido mejor que se pasara este tiempo antes de
escribir, pues lo que queda reflejado aquí es lo que realmente permanece hasta
ahora, lo que marcó de verdad.
Sería imposible recopilar todas las experiencias y momentos de esta
semana tan especial que tuve la oportunidad de pasar en la JMJ, por ello, lo
que intentaré será transmitir la emoción que sentí en unos momentos clave, unos
que ciertamente ya no podrán ser borrados de mi libro de recuerdos.
Empiezo por nuestra llegada a Río de Janeiro. Tras un viaje de unas 15
horas en autobús, desde mi parroquia en Brasil, finalmente llegamos a la ciudad
maravillosa. La verdad es que fuimos sorprendidos por el tiempo. No siempre Río
es como vemos en la tele. Me quedé espantado al ver que sería necesario usar
una sudadera allí, por el frío que hacía, que venía acompañado de la lluvia.
Pero esta primera mala impresión encontró su contraste con la acogida que
recibimos, esa sí, calurosa y cercana. La parroquia donde estuvimos alojados
ciertamente forma un capítulo importante en la historia de mi experiencia en la
JMJ. ¡Qué gente maja la de allí! Hicieron por nosotros mucho más de lo que
podríamos esperar. “Teóricamente” estaríamos en la parroquia solamente para
dormir. Pero nuestros nuevos amigos se preocupaban mucho de nosotros, buscaban
que estuviéramos confortables, además de ofrecernos alimentación. La verdad es
que nos ofrecieron mucho más que eso, nos dieron compañía, cariño, alegría. No les
importó donar su tiempo para que nos sintiéramos bien. Eran nuestros guías “oficiales”
en la ciudad. Aprendí allí una gran lección: pude ver en la práctica qué es
servir, esta virtud que tanto acerca a Jesús. Otra sorpresa fue descubrir que
el padre que vive allí es español, y vivió algunos años en Salamanca, dónde se
formó en Psicología. Rafael se llama. Es de verdad un hombre increíble, muy
atento con los demás.
Un punto que tengo que destacar es la buena sensación en ver la
muchedumbre reunida por un solo motivo, celebrar el amor de Dios. Nunca había
visto tanta gente en mi vida. Los peregrinos estaban por todas partes, en las
calles, en las tiendas, en las playas, en los autobuses (allí se les podía
notar perfectamente… creo que no son necesarias aclaraciones jaja). Por cierto,
los medios de transporte son un punto importante de la JMJ, puesto que buena
parte del día la pasábamos en ellos. Sólo para ir de nuestra parroquia de
acogida hasta la playa de Copacabana, donde ocurrían los actos centrales,
tardábamos más o menos 2 horas. Entonces, gran parte de las personas que
conocimos, de los regalos que cambiamos, de las historias que contamos y nuevas
palabras en otros idiomas que aprendimos lo hicimos en autobuses o trenes de la
ciudad, que en muchos momentos se transformaban en verdaderos palcos donde
diferentes canciones y bailes se presentaban, pero el artista principal, como
no podría dejar de ser, era Dios, que en eso todo era alabado.
Es difícil comparar momentos y elegir los más especiales en un evento
como es la JMJ, pero no se puede negar que todos esperaban ansiosamente por ver
y oír aquél que viene enseñando la misericordia de Dios con su vida, sus
palabras y gestos, el Papa Francisco. Tuvimos oportunidad de aprender de él en
diferentes momentos, como en su acto de bienvenida, en la vigilia o en la misa
de clausura de la JMJ, así como en todo lo que hizo mientras estaba por Brasil,
la cercanía a la gente que mostró, pidiendo que nosotros como Iglesia
hiciéramos lo mismo, los abrazos acogedores a tantos corazones, el ánimo que
inflamaba en el espíritu de los jóvenes. Sus palabras realmente calaban en el
corazón. Me quedo con las que resaltó en la homilía de la misa en el último día
de la JMJ: “vayan”, “sin miedo” para “servir”. Con esto muestra como debe ser
la vida del cristiano, en movimiento, con valor y con ganas de darse al
prójimo, para que, siguiendo el lema de esta jornada, uno evangelice y sea evangelizado.
La verdad es que el papa nos encorajó de una manera grandiosa a realmente
asumir nuestra fe, y a partir de ella, vivir con y para los demás. Y este ánimo
está en el corazón de todos los que de alguna manera entraran en contacto con
el Evangelio.
Creo haber resumido un poco de lo que fue para mí la
JMJ. Por supuesto que fue mucho más que esas impresiones, más que todas las
impresiones. Pero a través de estas líneas podéis también acercaros a este
regalo del corazón cariñoso de Dios, que trasciende las barreras temporales o
geográficas, y que continúa ahora mismo tan nuevo, actual y vivo como estuvo
hace dos meses, en aquellos que llevan la buena noticia y en los que la reciben.
Douglas Noga Alves
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