Ojalá arriesgara. Ojalá no
calculara tantos los resultados. Ojalá valorara más los intentos, los aciertos
parciales, los errores superados… Ojalá supiera abrirme en canal y me entregara
sin esperar recompensa, como quien ama, como quien duda, como quien cree. Inmaculadamente,
sin mancha de egoísmo ni seguridad estéril. ¿Por qué no lo hago? ¿qué me lo
impide? ¿Acaso no soy yo misma quien me limito y pongo trabas y miedos y
medidas? ¿Acaso temo tanto la aridez del desierto que no veo fuentes ni recodos
de descanso? ¿Será el miedo a equivocarme lo que me impide arriesgar? ¿Valdrá
más querer contentar al mundo que gozar la vida y entregarla para siempre?
Ojalá no temas. Ojalá arriesgues. Ojalá dejes de añorar las ollas de carne que te mantenían esclavo en Egipto (cf Ex 16,3) porque ser libre no tiene precio aunque asuste, aunque pese. Porque arriesgarse es garantía de libertad y libertad es nombre de Dios (2 Cor 3,17). Ojalá desterraras tus ojalás de muerte, de remordimiento, de cobardía. Ojalá abras espacio en tus entrañas a la Vida, a lo desconocido, a lo que te da miedo. Porque ahí te estoy llamando, ahí te busco, ahí te salvo, ahí te engendro. Ojalá te arriesgaras. Descubrirías que ningún fuego te quemará, ni las aguas te anegarán. Porque Yo estoy contigo (Is 43,1-2) Y tu mejor deseo, cumplido, es mi vida.
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