“Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré oír mis palabras. Bajé a la alfarería, y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que estaba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y este volvió a empezar, transformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero (…) Mirad que como el barro en la mano del alfarero así sois vosotros en mi mano.”Jeremías 18
Ese mensaje nos
encontramos después de un largo viaje a la llegada al Colegio del Claver,
perdido entre viñedos al noroeste de Lleida capital. Estas palabras en un
principio no me parecieron novedosas, pero ahora, tiempo después de haber
terminado la experiencia, al repasar lo allí vivido, cobran sentido, pues allí
me di cuenta de que en verdad somos barro en manos de alfarero, que Dios nos va
moldeando a través del tiempo, que no somos ni cemento ni hormigón, que una vez
fraguado queda inmóvil hasta que rompe, sino que podemos ser moldeados una y
otra vez, y que incluso si nos rompemos, somos fáciles de reparar en las manos
del Padre.
Fueron unos días
intensos los que estuvimos viviendo a principios del mes de agosto en el
colegio que tiene la compañía de Jesús en Raimat, un pueblito a unos 15 kilómetros de
Lleida. Éramos un grupo de unas veinte personas venidas desde toda España.
Individualmente algunos nos conocíamos de “alguna de estas cosas jesuíticas”,
pero por lo general éramos auténticos desconocidos.
La experiencia
estaba divida en dos etapas. Los primeros días tenían como objetivo recibir una
formación teológica básica, acerca de la relación de Dios con el pueblo de
Israel, el contexto y la figura de Jesús y la espiritualidad ignaciana. Fue un
paso fugaz por estos temas, donde la oración se centraba en recordar tu vida, y
releerla con estas nuevas claves, en definitiva: buscar a Dios en tu propia
historia. También fue el momento de compartir, de exponer la propia experiencia
al resto del grupo, de beber de la vida de los otros, de comentar, debatir,
discutir acerca de la Palabra. Estos primeros días crearon un vínculo de
compañerismo con el resto de gente del grupo, por lo que a continuación, en la
segunda fase, la de los ejercicios, ya no estabas rodeado de extraños que iban
como tú en busca de Dios, si no que ibas con compañeros de camino, con
hermanos.
En la segunda
fase cambió el ritmo, se pasó del planteamiento grupal de compartir y comentar,
a un momento más personal, que ayudaba a centrarse en la oración, donde los
momentos comunes con el grupo eran en silencio, para que nuestra mente no se
distrajera con las cosas de fuera, y prestara atención a nuestro interior. No
seré yo la persona más indicada para explicar en que consisten los ejercicios,
al igual que creo que lo vivido en ejercicios es algo personal e
intransferible, pues cada persona en cada momento hace únicos sus ejercicios, por
lo que a los que estén buscando en su vida les digo "Id, y lo
veréis.".
Para mí fueron un
encuentro personal con el Señor, que me recordó un par de cosas que ya sabía,
pero que se me habían olvidado.
Raúl García
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