Andamos necesitados de buenas noticias. En un mundo como el nuestro,
donde estremece el grado de locura al que se está llegando. 147 estudiantes
asesinados de manera brutal. Un piloto que se suicida llevándose con él a todo
el pasaje. Ecos mediáticos diferentes, que publicitan mucho unas muertes y
pasan de puntillas por otras. Desahucios anónimos. Violencias en el hogar.
Tanto dolor...
Por eso hoy, más que nunca, se nos vuelve urgente recuperar la
capacidad de buscar las semillas de algo bueno. Queremos creer que el amor
tiene la victoria final. Y que la Vida se impondrá. Necesitamos poner la mirada
en los signos que apuntan motivos para la esperanza, incombustible, eterna,
definitiva. Porque, aunque no llenarán titulares, hay también motivos para la
fe y la confianza en el ser humano, en Dios que alienta en nuestro interior, y
en una historia que ojalá nos conduzca hacia cotas mucho mayores de humanidad y
ternura aquí, y a la plenitud allá (donde quiera que sea ese Allá).
A cada dosis de odio tenemos que responder con un corazón humano.
A cada palabra hiriente, con una declaración de perdón. A cada golpe, con
la negación a entrar en la espiral de la violencia. A cada salvajada, con un
acto de fe en las personas. A cada frase de escepticismo ante el ser
humano y Dios, con el riesgo de creer.
Y al creer, quizás, veremos.
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