Un año más, un grupo muy
heterogéneo de personas (jesuitas, chavales del cole, pioneros del grupo scout,
universitarios, padres y madres…) nos hemos puesto en marcha hacia Javier.
Además, este año se celebraba el
75º aniversario de las Javieradas, por lo que estábamos doblemente de
celebración.
Durante los 37 kilómetros de
marcha que hicimos el sábado descubrimos que peregrinar es algo más que andar.
Es acompasar mi paso al paso del compañero, es saber repartir las cargas que
pesan en mi mochila, porque, al fin y al cabo, yo solo no puedo, es encontrar
ánimos para reír y jalear subiendo una cuesta que parece infernal y sin final
por el simple hecho de que te pueden las ganas de llegar… Y es que, como dicen
los versos de León Felipe, ‘’no es lo que importa llegar solo ni pronto, sino
llegar con todos y a tiempo’’.
Un año más, me traigo muchas
cosas conmigo. Conversaciones, gestos, personas, momentos de oración… Pero,
sobre todo, lo más importante que me traigo en esta mochila de vuelta es esa
sonrisa con la que el Cristo nos esperaba y nos enviaba de vuelta a casa, a
contagiar todo lo vivido estos días (tal y como envió a San Francisco Javier
toda su vida, ya fuera a París, a Goa, a Japón…).
Una sonrisa por la que, con el
jaleo de tanta gente visitando el Castillo ese día, apenas pudimos pasar de
refilón. Una sonrisa por la que yo, muchas veces en mi día a día, también me
encuentro pasando igual, llegándome a olvidar incluso de que ahí está. Conmigo,
por mí, para mí… Acompañándome y alentándome, como decía el Evangelio de ese
domingo ‘’todos los días, hasta el fin del mundo’’.
Marta Martín
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