Mientras ellas caminaban, algunos de la guardia fueron a la ciudad y
contaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Éstos se reunieron a deliberar con los senadores y ofrecieron a los
soldados una buena suma encargándoles: “Decid
que de noche, mientras vosotros dormíais, llegaron los discípulos y robaron el
cadáver. Si llega la noticia a
oídos del gobernador, nosotros lo tranquilizaremos para que no os castigue”. Ellos aceptaron el dinero y siguieron las instrucciones recibidas. Así
se difundió ese cuento entre los judíos hasta el día de hoy.
Mt. 28, 11-15
Qué
acertado el comentario de un Padre de la Iglesia cuando dice a los soldados “si
dormíais ¿por qué sabéis que lo han robado? Y si lo habéis visto, ¿por qué no
se lo habéis impedido?”. Y es que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y
en esta realidad estamos todos. Muchas veces en nuestras vidas adoptamos la
postura de los soldados. Cerramos nuestros ojos, y nuestro corazón, y negamos
lo que pasa a nuestro lado. En ocasiones negamos las cruces que nos rodean…
“eso no va conmigo”, “yo que voy a hacer”, “yo no tengo la culpa”… Pero en
otras ocasiones, en tantas y tantas ocasiones, nos negamos a ver los brotes de
resurrección que nos rodean y pisoteamos la hierba verde que nace en las vidas
de nuestros hermanos y hermanas.
Y
tú, ¿estás dispuesto a velar para descubrir al resucitado? O por el contrario
¿prefieres mirar para otro lado y ser cómplice del no querer ver?
No hay comentarios:
Publicar un comentario