Desde joven descubrió un don: detectar los movimientos interiores y las mociones del espíritu. Pero como en la música, hace falta aprender su arte. Fue Ignacio quien, desde la residencia de estudiantes en París, le enseñó a comprender la armonía.
Pedro Fabro, uno de los 3 primeros compañeros, se convertiría así en “afinador” de los demás a través de los Ejercicios, de la dulzura y comunión de sus discursos, de la clarividencia de sus opciones y apostolados.
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