Tras
celebrar la fiesta del Bautismo del Señor, retomamos la vida cotidiana después
del parón navideño: ¿sabremos ver y encontrarnos en esa cotidianeidad con el
Dios-con-nosotros que nos ha nacido y camina a nuestro
lado?
A veces parece más fácil encontrarte en lo especial, en lo diferente,
en lo extraordinario. En una experiencia única, en una amistad increíble, en un
amor apasionante, en un acto de heroísmo, en una cruz tremenda…
Pero lo cierto es que también estás en lo cotidiano, en lo que ocurre
cada día, en el hoy. Y es importante aprender a verte ahí.
Eres el Dios de lo normal, de las horas tranquilas, de las relaciones
serenas, de los gestos sencillos, de las melodías familiares, de las pequeñas
alegrías y de las renuncias discretas.
Aunque a veces me cuesta darme cuenta. Parece que siempre tiene uno
que estar sintiendo mucho, viviendo mucho, experimentando algo nuevo,
diferente. Parece que de otro modo estás encerrado en una vida vulgar.
Pero en realidad lo que es un poco absurdo es valorar solo lo
especial, o creer que eso es lo que da sentido a la vida.
Porque hay muchas vivencias cotidianas que, si lo pienso bien, son
algo grande: el plato en la mesa cada día, la palabra, llena de posibilidades,
el ocio, el trabajo, aprender, estudiar, las rutinas que van marcando los días,
los términos medios, las inquietudes por cosas sencillas…
¡Ayúdame, Señor, a valorar tu presencia cada
día!
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