Decía Gide que “el verano se impone y obliga toda el
alma a la felicidad”. Pero uno puede irse de vacaciones y dejar el alma en
casa, encima del piano (como se decía antes) o sobre el aparador. Y uno puede
coger un avión y viajar a las Maldivas y no tener el corazón de vacaciones. O
gastarse en una costosa travesía en yate y continuar preso de las tensiones del
asfalto, el estrés y el imperio del teléfono móvil.
La vacación empieza dentro. Es una actitud, una
limpieza mental, un cambio de chip, una inmersión en la frescura, un salto
gratuito, como el de estos muchachos que improvisan playa, costa, velero, natación, felicidad en
este sencillo rincón de jardín
con manguera y en medio del calor canicular.
Si ensayáramos ahora que tenemos más tiempo esta
forma de veraneo, quizás pudiéramos, en cierta medida, seguir de vacaciones
todo el año. Porque el descanso, la paz, la alegría son mucho más que un lugar,
un hotel, una playa o cualquier cosa que se pueda adquirir con dinero. Nacen de
un gesto del alma.
Pedro Miguel Lamet en 21rs
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