Quizás es algo
presuntuoso, pero al echar la mirada atrás y pensar en el camino recorrido
vemos que nuestra experiencia no se aleja mucho de lo que vivieron aquellos
primeros discípulos que se reunían junto a Jesús en Galilea. Para empezar, cada
uno de nosotros traía una historia distinta antes de comenzar a formar parte
del grupo: unos éramos amigos del colegio; otros nos habíamos visto alguna vez
por el barrio; los que más, ni nos conocíamos… Sin embargo, el Señor se fue
valiendo de personas y pequeños encuentros para irnos llamando a cada uno por
nuestro nombre y a nuestro tiempo.
Como aquellos
pescadores, al principio ninguno de nosotros tenía muy claro hacia dónde íbamos
o por qué estábamos en el grupo. Es posible que inicialmente nos dejáramos
llevar por cosas que, a priori, no tenían mucho que ver con lo que Él trataba
de contarnos: el grupo, los amigos, el “me lo ha sugerido mi abuela” o el “ha
insistido tanto en que me apunte, que voy a ir un día para ver qué tal". Sin
embargo, había un “algo” inexplicable en aquel hombre de Nazaret, en lo que
decía, en cómo que vivía… que nos
dejamos llevar.
Poco a poco fuimos
comprendiendo algo más de su mensaje.
Las actividades, los compañeros, y sobre todo la comunidad del Milagro, fueron
acompañando nuestro camino de encuentro con el Señor y atravesando nuestra
vida. Y al conocerle más, mayor era
nuestro deseo de amarle más y seguirle más.
Todo ello no habría
sido posible sin lo vivido estos años. Cada domingo nos reuníamos para aprender
un poco más sobre su Palabra e ir compartiendo lo vivido y lo rezado. A esto se
unían otras muchas actividades con el grupo: convivencias, cenas, salidas al
campo, experiencias... Nuestro Centro
Juvenil y también nuestra parroquia tienen mucha vida. Por eso, en este tiempo
hemos podido compartir también muchos momentos con todos los jóvenes (y no tan
jóvenes) del Milagro: Pascuas, Javieradas, Eucaristías, voluntariados, teatro,
scouts, etc.
De forma más
concreta, en el último año hemos tenido una preparación más específica de cara
a la Confirmación. Al empezar el curso nos preguntábamos ¿qué significa
confirmarse? Y sabíamos que la respuesta venía de la mano de otra pregunta más
importante aún: ¿qué quiere Dios para mi vida?
Ha sido un año muy
intenso, pero también muy especial. A lo largo del curso recibimos algunas
catequesis específicas sobre el sacramento (su significado, su proceso),
empezamos con nuestro acompañamiento personal y llevamos a cabo algunos
encuentros con otras personas que nos dieron su testimonio de fe. Entre ellos,
uno muy especial con nuestro obispo don Carlos.
Y así, en algún
momento del camino empezamos a tomar consciencia de que, a través de Jesús,
Dios nos había hecho una promesa: “yo
estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,
20). Una promesa que se cumpliría poco después. Casi sin darnos cuenta, llegó
el día 1 de junio: el día en que recibimos el Espíritu Santo, el día en que celebramos
nuestra Confirmación rodeados de la familia, de los amigos y de toda la
comunidad.
Y entonces, como
aquellos discípulos de Nazaret, nos dimos cuenta de que esta aventura sólo
acaba de empezar. Ahora, como antaño, nos toca ir por el mundo. Él nos ha
enviado su fuerza para que para que “seamos
sus testigos en Jerusalén, en Galilea y hasta los confines de la tierra”
(Hech 1, 8), portadores de su buena noticia, hombres y mujeres para los demás.
Así han vivido este
camino dos de las jóvenes que se acaban de confirmar. Al leer sus palabras
también podemos decir, con ellas, que "el
Señor ha estado grande con nosotros". Y por eso "estamos alegres"
(Salmo 125).
Nadezhna
Castellano Sosa
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