El fin de semana del 8 al 10 de marzo más de 40 jóvenes peregrinamos al Castillo de Javier, cuna de san Francisco.
Un encuentro lleno de alegría, lleno de paz, lleno de amor, por fin, el encuentro de los encuentros.
Caminar desde Pamplona hasta Javier no fue fácil, pero llegamos. Treinta y seis kilómetros de mucha vida, de límites y superaciones, de caminar con compañeros, compañeros de Jesús.
Confieso que si yo estuviese sólo no aguantaría los primeros diez kilómetros. Sí, ‘seguro’. Al principio todo es bueno. La idea de caminar hasta Javier es maravillosa, la voluntad de hacer la experiencia es grande, pero si yo hubiese estado solo, toda idea, toda voluntad, se quitaría en los diez primeros kilómetros.
La experiencia de caminar con otros compañeros fue magnífica. Compañeros que no conozco, compañeros de otros sitios, de niños hasta ancianos. Compañeros voluntarios preocupados por nuestra alimentación, por nuestro bienestar. En momentos en los que no podía más, momentos en los que yo ya no aguantaba más, en momentos en los que mis pensamientos si volvían hacia mis piernas y pies doloridos, miraba a mis compañeros. Y muchas veces, con una mirada que decía “estamos juntos” ya bastaba para que se renovase el ánimo. Cuando no podía más y las miradas no eran suficiente, oía palabras de ánimo y cuando las palabras no tenían fuerza, la acción de aguardar un rato de descanso también animaba. En este camino tuve muchos compañeros, pero también fui uno de los compañeros.
Cuanto más se acercaba el castillo de Javier, más disminuían las fuerzas de las piernas y de los pies. Pero, cuanto más cerca, más ánimo tenia de animar a los compañeros. Cuando íbamos llegando, yo pude mirar a los compañeros que necesitaban una mano, compañeros que necesitaba atención, compañeros que necesitaban una sonrisa que les dijese “estamos juntos”. Esto fue precioso. Un tesoro que nadie me ha de quitar.
Al llegar al Castillo caí en desolación. Sí, no lo podía creer. Le decía al Señor, ¿por qué estoy aquí? Al volver, mis compañeros me preguntaba cómo fue la Javierada, y yo les respondía: “Bien. Me ha gustado vivir un poco de la cultura, me ha gustado ir al castillo, un encuentro de amigos. Pero, no he vivido ninguna espiritualidad”. Yo estaba en desolación. La verdad es que el Señor, en este fin de semana, no me habló con su voz y sí lo hizo por medio de la naturaleza, de los compañeros, de la vida, de la cultura y me he fijado en lo que el Señor ha hecho en mi vida. El Señor me ha cambiado la vida. Poco a poco me está enseñando a vivir como Él quiere. El Señor me ha dado la oportunidad de vivir todo con amor. Ahora, al llegar a mi casa estoy seguro de que eso es también espiritualidad. La lógica decía que no había sentido todo eso, pero el corazón gritaba diciendo que yo he vivido con amor, he dejado hablar a los sentimientos, que esta experiencia fue un momento de acercarme al Señor y a los compañeros.
En momentos nuestro camino rumbo al cielo también es así. El camino es largo, muchos kilómetros. Al principio el ánimo es total, queremos llegar hasta el cielo, queremos caminar con fuerzas, tenemos muchas ganas. Pero el camino no es un camino fácil, el camino es un camino largo y difícil.
En momentos, durante nuestro caminar, no aguantamos más, las piernas y los pies ya están heridos. En nuestro ser, no encontramos más fuerzas para seguir caminando. Por eso es importante caminar con otros compañeros, caminar con compañeros que te animen con una mirada, con una palabra, con una oración, con una sonrisa… Que esté contigo en ratos de descanso y te ayude a descansar y seguir caminando. Creo que eso es muy importante para llegar hasta el cielo. Repito, el camino no es fácil, pero la vida eterna vale cualquier esfuerzo ahora, pues allí tenderemos ratos y más ratos para descansar al lado del nuestro Señor Jesucristo.
Doy gracias a todos los que han pasado por mi vida durante esta Javierada. Doy gracias por la invitación, doy gracias por todos, gracias por ser parte de mi pequeña historia.
Christian Charles, Comunidad de Jóvenes "Ignacio Ellacuría"
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