Tres noticias, tres historias. Cada una de ellas digna de un fin de
semana de Pentecostés: Primero, la beatificación de Monseñor Romero, tantos
años después de su asesinato. Segundo, la legalización del matrimonio
homosexual en Irlanda tras un referéndum en el que la propuesta ha sido
respaldada por un 62% de la población, muchos de ellos católicos. Tercero, la
expresión de la voluntad popular en una democracia que genera un escenario
nuevo, en el que el diálogo será imprescindible.
¿Por qué juntar las tres noticias? Porque en los tres casos se trata
de cuestiones que llevan a posicionarse. Cuestiones en las que habrá
alineamientos a favor, mientras otras personas se expresarán disconformes. Por
distintos motivos.
En el lado del sí, estarán los que ven en la beatificación el reconocimiento
de un martirio y de una vida ejemplar al servicio de la fe y la justicia. Los
que entienden que la realidad de las personas homosexuales requiere un camino
concreto y valiente hacia la igualdad. Los que están encantados con el fin del
bipartidismo y las mayorías absolutas, considerando que la necesidad de pactar
es siempre una mejor garantía de calidad democrática. En el lado del no,
quienes cuando hablan de Romero consideran que se trata de política y no de
evangelio. Quienes sostienen que la homosexualidad es un problema. Y quienes
pondrán el grito en el cielo, lamentando que vayan a gobernar listas perdedoras
o que pueda haber un cambio de prebendas como si fueran cromos en un patio de
colegio.
"Sí" contra "No". He ahí la lógica
de Babel, aquel lugar bíblico donde los hombres dejaron de entenderse y se
alejaron unos de otros, porque habían intentado alcanzar el cielo y se
encontraron con su propia limitación. Podemos convertir los escenarios de hoy
en nuevas "babeles" llenas de gritos, descalificaciones y hashtags
enfrentados.Pero la lógica de Pentecostés, ese momento en el que hombres que
hablaban lenguas distintas se redescubrieron, podría darnos una perspectiva
diferente. Tal vez necesitemos hacer de la diferencia oportunidad, de la diversidad
virtud, de la alteridad, una ocasión para tratar de escuchar y entender si el
otro tiene motivos. Evidentemente, esto no significa que siempre lleguemos a
lugares comunes. Es muy posible el desacuerdo radical. No todo el mundo tiene
razón, y tratar de llegar a la verdad implica una disposición a desenmascarar,
por el camino, lo falso. Pero lo que no puede faltar en el intento es la
capacidad de escuchar, de reflexionar y de tratar de comprender las batallas
ajenas. Que de las propias, vamos sobrados.
José Mª R. Olaizola sj
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