Remontándome al principio, la prisa llenaba mis días antes de empezar los ejercicios espirituales, y el último bus que llegaba a mi destino, Inea, la casona donde iba a estar esos días del puente de todos los Santos, no llegó a pasar. Pero, vinieron a buscarme en coche y en él conocí a tres personas: una compañera de viaje, una de las acompañantes de los ejercitantes y, también, mi futuro acompañante espiritual de ese tiempo. Fui la última en instalarme en la habitación que quedaba, pero desde el primer instante, me propuse aprovechar al máximo el regalo que nos ofreció nuestro guía en forma de smartbox, o pack de viaje, que invitaba a adentrarse en nuestro jardín interior acompañados siempre por el Señor, a través de numerosos detalles que en la vida ordinaria pasamos por alto.
El primer día casi todos experimentamos la sensación de que era un poco extraño adaptarse al silencio; para la mayoría de nosotros era una situación nueva pero, curiosamente, imprescindible para dejarnos encontrar en el desierto. Personalmente, fui consciente de que había tenido miedo de ese encuentro, de que pensaba que el silencio se volvería contra mí de alguna forma porque en algunas circunstancias de mi vida pasada ya me había hecho daño. Sin embargo, me sorprendió la rapidez con la que empecé a degustar precisamente esos momentos de silencio, especialmente en la oración. Tuvimos la oportunidad de sentirnos parte de la Creación, al vernos radiografiados por Su mirada buena. A cada uno nos llamó por nuestro nombre y apellidos y en nuestras circunstancias vitales. ¡Hay tantas historias que se entretejen con la mía y de las que no había sido plenamente consciente! Nuestro guía nos marcaba las pautas del día, ayudándonos en nuestro camino interior, así como nuestros acompañantes estaban a nuestro lado durante todo el recorrido. Fueron días muy intensos. Descubrí quién soy yo para Dios y me dejé caer en sus manos como el resto de mis compañeros. Así, empezamos a limpiar nuestros sótanos y los calabozos del mundo, siendo plenamente conscientes de nuestros pecados y de nuestras limitaciones. Recorrimos diversos pasajes de los evangelios, leímos libros que fueron de gran ayuda en la biblioteca, vimos películas que nos hicieron comprender mejor lo que estábamos viviendo, salimos al aire libre a orar, descansar, hablar con nuestro acompañante, saludamos a Lucas, el perro de la casa, compartimos las comidas en silencio, ¡vivimos tantos momentos con Dios! También aprendimos a tomar decisiones, a cómo ser conscientes del mal espíritu, del bueno y de nuestra propia voz. Nos fuimos encontrando unos con otros, nos dimos cuenta de cómo habíamos sido llamados y tocados por Dios, cada uno de nosotros, a Su manera. A mí me llevó de la mano como si fuese una niña que poco a poco iba recibiendo una serie de lecciones vitales a través de su mirada nueva, única. Uno de mis descubrimientos, que compartí en la última eucaristía que tuvimos juntos, fue que, tanto tú, como yo, podemos “tocar una mirada para que brille”, igual que Él tocó la nuestra. En mí, resaltó esa faceta creativa que tengo, escribiendo poemas, reflexiones, haciendo dibujos… y, ¡descubrí tanto amor en los sitios más insospechados!
Me queda mucho camino por andar y sigo necesitando que Dios me lleve de la mano, que me cuide y me muestre el camino. Todos nosotros lo necesitamos. Porque sé que soy pequeña y humana, que sigo despistándome y cometiendo errores, perdiéndome de vez en cuando, pero el Señor está a mi lado y me da esperanzas; me ayuda a crecer también a base de equivocaciones. Dios toca nuestros labios y nuestros corazones haciéndolos grandes, por muy pequeños que seamos. Me parece importante experimentar que para todos hay una ‘buena noticia’, para ti también, y que merece la pena seguir ‘reformando nuestras casas’, poco a poco, a su lado, empezando desde el principio, y con mucha paciencia, porque es fascinante. Además, merece la pena asumir el riesgo y ‘llegar a ser’ lo que Él sueña, aunque haya veces que no sepamos muy bien lo qué es, aunque a veces retrocedamos, aunque lo que nos pida sea complicado, porque siempre quiere algo bueno para nosotros. ¡Siempre! Creo que es esencial seguir preguntándole, seguir viviendo a su lado, seguir compartiendo tanto el camino recorrido como el que está por llegar, y seguir amando, luchando por la gente que entreteje historias con la tuya, porque es lo que de verdad importa.
Sara Lorenzo
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